Los hermanos Hawthorne by Jennifer Lynn Barnes

Los hermanos Hawthorne by Jennifer Lynn Barnes

autor:Jennifer Lynn Barnes [Barnes, Jennifer Lynn]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2023-09-01T00:00:00+00:00


CAPÍTULO 52

JAMESON

Jameson había crecido jugando a los juegos de su abuelo. Todos los sábados por la mañana se encontraban con un reto nuevo desplegado ante ellos. Una de las lecciones que más años tardó en aprender fue que, a veces, la mejor forma de empezar a jugar era dando un paso atrás.

Para mirar.

Para ver.

—Debería haber imaginado que te enviaría —dijo Branford, acercándose a Katharine. Su tono era educado y su expresión, austera.

—También podría estar aquí por cuenta propia —contestó Katharine con tono malicioso—. Después de todo, Ainsley tiene un secreto en juego, y ya sabes lo mucho que me gustaría verlo desbancado.

—¿Quieres decir que no estás aquí por Vantage? —preguntó Branford, alzando una ceja—. ¿Que a él no le interesa?

—Me resulta muy interesante —dijo Katharine sin variar el tono de voz— lo mucho que quieres saber la respuesta a esa pregunta.

Jameson iba a mirar de reojo a Avery para ver cómo estaba interpretando la situación, pero Zella eligió justo ese momento para ponerse entre los dos.

—¿Estudiando a los competidores? —murmuró.

—¿Quién es ella? —preguntó Jameson, sin olvidar que Zella también era competidora.

—Katharine Payne. —Zella usaba un tono tan agudo que le costaba oírla—. Es una MP desde antes de que tú nacieras.

Una MP. Jameson puso su cerebro a trabajar en las siglas como si fueran un código y enseguida dio con la respuesta: miembro del Parlamento, una diputada.

—¿Y quién es ese «él»? —preguntó Avery en voz baja.

—¿Él juega por Vantage? —murmuró Jameson.

—Me extrañaría —contestó Zella—. Sé para quién trabaja ella y ya os digo que Bowen Johnstone-Jameson no es precisamente muy sentimental.

Jameson se acordó de cuando Ian le dijo que el piso de King’s Gate Terrace no pertenecía a Branford. «Tengo dos hermanos —le había dicho unos días antes—. Ambos mayores que yo, ambos terriblemente irrelevantes para esta historia». Pues al final no eran tan irrelevantes. En el Juego había cinco jugadores: uno era el hermano mayor de Ian y otra estaba probablemente trabajando para su otro hermano.

«Si Katharine es una poderosa figura política, ¿en qué convierte eso al hombre para el que trabaja?», pensó Jameson.

También pensó en el piso, en la forma en la que el vigilante de seguridad subrayó la palabra «él» para referirse al dueño, tal y como había hecho Branford ahora mismo, como si a Bowen Johnstone-Jameson no se lo pudiera mencionar así como así.

«Excepto si eres Zella», pensó Jameson.

—¿Y tú lo eres? —le preguntó—. ¿Eres sentimental?

—A mi manera —respondió Zella, encogiéndose ligeramente de hombros.

—Tú te colaste en el Piedad del Diablo —dijo Jameson.

—Y acabaste recibiendo la membresía —añadió Avery.

Una sonrisa delicada y de labios cerrados adornó el rostro de Zella.

—Soy «esa duquesa»; estoy dispuesta a todo.

«O, al menos, es lo que dice la gente», dedujo Jameson, aunque luego corrigió ese pensamiento: la gente racista. ¿Cuántas mujeres negras había en la posición de Zella? ¿En la aristocracia? ¿En el Piedad?

—¿Qué persigues tú en el Juego? —le preguntó Jameson.

Zella ladeó la cabeza.

—A ti te lo diré.

—Su situación es más precaria de lo que deja entrever.

Jameson vio que por detrás de Zella y Avery se acercaba Katharine.



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