Los galgos, los galgos by Sara Gallardo

Los galgos, los galgos by Sara Gallardo

autor:Sara Gallardo [Gallardo, Sara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 1967-12-31T16:00:00+00:00


Tamara la lúcida y Elena la oscurantista.

Tamara la payasa para Julián el payaso.

Tamara la fatigante para Julián el fatigado.

Tamara la frívola para Julián el hueco, el frívolo, el imbécil.

Tamara la caníbal para olvidar el amor.

En la ciudad de nieve Tamara de hielo.

Ternura fácil de Elena y sexo fácil de Tamara. Reunidas ¿qué formarían? Nada que me consuele. Nada que me sirva. Por eso las frecuento, y la oscuridad propicia a Elena oculta los arañones propicios a Tamara.

Es invierno y solo sueño con la primavera. No pienso en otra cosa. La primavera trae calor, acuna, acompaña a todos, inocentes y prófugos. ¿No es hora de que llegue?

En Buenos Aires el calor derrite las calles, que echan efluvios a petróleo.

Los potreros tiemblan al mediodía, y en el atardecer la menta, como una nube violeta, se endereza a despedir el sol.

Mi barrio desmoronado y tranquilo enmudece a la siesta, resucita al caer la tarde y de las puertas se desprenden viejas varicosas, tan materiales como cachos de hígado en el mercado. Pero el cielo traslúcido y espeso que se pone violeta derrama hermosura, lirismo, gloria, paz, y de pronto se enciende al final de las calles, rojo al cabo de Independencia misteriosa, de México negra, de Carlos Calvo y su fronda, de San Juan casi llanura abierta. Entre veredas rotas y suciedad de perros brota un zaguán con puerta de encaje y patio verde, y después una farmacia en la esquina, una bandera de remate, una muchacha de pantalón naranja y rosa, yo con el corazón entre las manos, caminando con el amor verdadero dentro del pecho, como los chicos de primera comunión, caminando con el amor verdadero durante diez años con las manos cruzadas sobre el pecho. Diez años hasta el crimen.

¿Qué crimen? No mentir. No hubo crimen. ¿Qué criminal rezó tanto y tuvo dioses tan enemigos?

El barrio indiferente y desagradecido seguiría —sigue— rechinando, caldeado al sol, sucio y deshecho, aunque yo me haya muerto, aunque esté en París y vuele la nieve, aunque no tenga las manos cruzadas ni nada en el pecho cuando voy por la calle, aunque haga tanto frío que la salamandra sea insuficiente, aunque el mar se retire en la costa de Normandía y aparezcan galeones, cementerios, mástiles y templos olvidados cubiertos cada noche por un galope de olas, curados en la mañana por el sol de sagrado camino, el sol fiel que siguió dando vueltas fuera de la plancha verde, amarga, horrible, mojada que todo lo cubre, existencia dorada que conforta, que embriaga a las cosas ya enterradas aunque el oleaje verde retome y quizá se instale sobre ellas para siempre, pobres cosas sepultas y caladas de frío que perdieron el amor y se consuelan con saber que pese a lo creído durante siglos él sigue fuera y reina, y en su ruta enhebra el mar de Normandía con el barrio de San Telmo, en Buenos Aires.

Tamara la caníbal y Elena la oscurantista, compresas ñoñas sobre el corazón deshecho.



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