Los chicos (Spanish Edition) by Toni Sala

Los chicos (Spanish Edition) by Toni Sala

autor:Toni Sala [Sala, Toni]
La lengua: spa
Format: azw3
editor: Trotalibros Editorial
publicado: 2022-01-12T00:00:00+00:00


LOS PERROS ENTERRADOS

I

El teléfono sonó a las siete de la mañana, pero la madre de Iona la dejó dormir. Hacia las nueve, para que no se despertara sola, llamó suavemente a la puerta de su cuarto. Entró sin encender la luz, se sentó en la cama y le pidió que la abrazara. La tuvo entre sus brazos hasta que la joven se puso a llorar.

—Jaume y Xavi han tenido un accidente.

Iona empezó a contar los segundos que pasaban sin que su madre añadiera nada. Esperó diez segundos más. Contó mentalmente hasta veinte. Se mordió la lengua —¿los dos?—, respiró hondo y dijo, para acabar con la angustia:

—Sí.

Mentira. Se separó de su madre y encendió la luz. Qué disparate. Esas cosas no pasan. Es como la lotería: nunca le ha tocado a nadie. Puede haberte pasado, quizás en el futuro, nunca en el momento presente. Quizás en otra vida. Es demasiado irreal. Relajó la cabeza en la almohada. Se acomodó en la negación. Al negar la muerte de Jaume, la aceptaba. Se quitaba de encima un peso que la habría aplastado. Jaume no estaba muerto, su novio desde el instituto no se había matado en un accidente, no podía ser. El viernes pasó a buscarla con el coche por Bellaterra, se fueron a Barcelona a ver precios en las agencias de viajes, reservaron los billetes de una oferta de vuelos a la India para el verano. Tenían esos billetes. Quedaban muchas cosas que decidir, del viaje y de todo, quedaban miles de temas pendientes entre los dos, ineludibles. Si las muertes pudieran ser tan repentinas, el mundo ya se habría detenido; el mundo era injusto y cruel, pero de ninguna manera precario. El mundo es retorcido, tiende a maquinar y a impedir las sorpresas. Jaume no estaba muerto, debía de ser otro, y por lo tanto Jaume estaba muerto. Tan muerto como consolara el negarlo, y negarlo consolaba mucho, tanto que daba miedo.

La madre de Iona no lo sentía con tanta intensidad. No podía negárselo con la misma facilidad. Por eso gimoteaba, pobre mamá. No podía reprimir los sollozos. Había quemado la primera fase del duelo sin darse cuenta y no podía ni imaginarse lo sola que había dejado a Iona, con aquel vacío bajo los pies, parada en el puente entre el antes y el después, aferrada a la negación hasta poder salir de sí misma, ir a buscar a Jaume, ir a la última vez que lo había visto, hacía veinticuatro horas, cuando había dicho:

—Tengo que acompañar a Xavi al concierto. Se lo debo, es mi hermano, siempre nos está haciendo favores. Vente, si quieres.

Lo cogería de la mano y se lo llevaría como a un corderito al matadero. Él ya sabía el camino, pero tenía que acompañarlo ella. Por el camino se abrazarían. Si no había nada que hacer, todo daba igual. No había diferencias. Todo era comunión. Se fundiría con él antes de que se marchara. Él se llevaría a Iona, a Iona con su consuelo aterrador.

Mientras tanto, esperaría a que llegara la realidad.



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