Los alemanes by Sergio del Molino

Los alemanes by Sergio del Molino

autor:Sergio del Molino [Molino, Sergio del]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2024-05-30T00:00:00+00:00


15. Fede

No podía hablar con Teresa del chantaje sin que me reprochase una obsesión, y no andaba equivocada, me estaba obsesionando. Me costaba mucho pensar o hablar de otra cosa y sabía que no me quedaría tranquilo hasta que no volase a Zaragoza y le confiase todo a Eva. Podría ponerle mis sospechas en un correo, pero algo me decía que no era buena idea dejar registros escritos. Hasta ese punto me afectaba. Teresa tenía razón, y precisamente por eso no me apetecía hablar con ella. Que sí, muy bien, estaba obsesionado, pero ¿qué otra cosa podía hacer?

Le pedí a Gerhard una semana por asuntos propios, que me concedió con una sonrisa con la que expresaba su más cordial oposición. Por supuesto, lo que necesites, me dijo a modo de ultimátum. No había vuelos libres ni ese día ni el siguiente, por lo que disponía de unas cuarenta y ocho horas para no dormir y darle vueltas al asunto.

Aunque aún estaba molesto conmigo, Peter aceptó verme en el Goldenes Kreuz. Llegó a la cita antes, para zamparse a gusto una ración de Marillenknödel, la especialidad del día. Me ofreció una cucharada que rechacé.

—Haces muy mal. Al menos, pide un Kalter Hund, que aquí lo bordan. Mete algo de azúcar y harina en ese cuerpo flaco. Abraza la carne, amigo, deja que el espíritu de esta tierra que te acoge se transubstancie en tejido adiposo. Parece mentira que seas hijo de charcuteros, te acabarás consumiendo en cafeína y meditaciones.

Le conté a Peter la noche en que papá pegó a Gabi y le dije que no me la quitaba de la cabeza. Cuanto más lo pensaba, más confusos se me volvían los motivos y el contexto. Desde que se lo relaté a Teresa, algunos detalles me habían saltado desde los bancos de niebla del pasado, cosas que tenía olvidadas o que entonces no era capaz de relacionar o entender.

Papá y Gabi discutían mucho, pero nunca por lo que hacía mi hermano, ni por cómo vestía ni con quién iba. Discutían de política o algo así. Unas peleas monstruosas, a gritos en la sobremesa. Eran cosas de Alemania que se me escapaban. Por entonces, papá iba de vez en cuando a Hamburgo. Tenía algún negocio allí, una de sus inversiones ruinosas, o simplemente le atacaba la nostalgia por el país en el que nunca vivió. Cuando se marchaba, dejaba en el piso de Sagasta un aire de paz tensa que mi madre llenaba con acordes, improvisaciones y, los días que se sentía más audaz, partes de sonatas o de suites.

Le gustaba mucho Grieg y a veces se atrevía con una de sus piezas líricas, pero casi nunca las terminaba. Decía que prefería tocar mal las partituras profesionales que bordar las de aficionados. Simplificaba los acordes y se saltaba las partes más rápidas o ajustaba el metrónomo para ralentizarlas. Pasaba el allegro a andante o a adagio, según se viera, aunque ni aun así llegaba al final de la pieza, porque en sus dedos le sonaba torpe y se irritaba.



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