Lobos del Calla by Stephen King

Lobos del Calla by Stephen King

autor:Stephen King [King, Stephen]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Novela, Fantástico, Intriga
editor: ePubLibre
publicado: 2003-11-04T05:00:00+00:00


SEIS

—Fue mucho tiempo ha, que le conste —comenzó el abuelo una vez que Zalia Jaffords lo dejó en su mecedora con un cojín en los riñones y la pipa tirando sin problemas—. No le puedo asegurar si los lobos han venido dos o tres veces pues, aunque pa entonces contaba diecinueve siegas, ya he perdido la cuenta de los años que nos separan.

Al noroeste, la línea roja de la puesta de sol se había vuelto de una tonalidad rosada cenicienta embelesadora. Tian estaba en el establo con los animales y Heddon y Hedda le echaban una mano. Los gemelos más pequeños estaban en la cocina. Los gigantes, Tia y Zalman, se encontraban en el extremo más alejado del patio, oteando hacia el este, sin hablar ni moverse. Podrían haber pasado por monolitos en una fotografía del National Geographic de la Isla de Pascua. Al mirarlos, a Eddie se le pusieron los pelos de punta. Aun así, dio las gracias por los aspectos positivos de la cuestión. El abuelo parecía relativamente lúcido y despierto y, aunque tenía un acento muy cerrado —casi grotesco—, no había tenido ningún problema para seguirlo, al menos hasta entonces.

—No creo que esos años sean tan importantes, señor —aventuró Eddie.

El abuelo enarcó las cejas y soltó su risotada oxidada.

—¡Señor, mira tú! ¡Ha mucho, pero que mucho que no sentía yo eso! ¡Debe de ser de la gente de muy al norte!

—Creo que sí, por un decir —contestó Eddie.

El abuelo cayó en un largo silencio contemplando la puesta de sol. A continuación, volvió la vista hacia Eddie con cierto asombro.

—¿Ya hemos jalao? ¿Vituallas y víveres?

A Eddie le dio un vuelco el corazón.

—Sí, señor. En la mesa, detrás de la casa.

—Se lo pregunto porque si voy a echar un zurullo, suelo echarlo en después de cenar. No siento urgencia, asín que pensé en preguntarle.

—Ya. Ya hemos comido.

—Ah. ¿Cómo se llama?

—Eddie Dean.

—Ah. —El anciano le dio una calada a la pipa y expulsó unos remolinos gemelos de humo por la nariz—. ¿Y la morena es de usted? —Eddie estaba a punto de pedirle una aclaración cuando el abuelo se la ofreció—: La mujer.

—Susannah. Sí, es mi esposa.

—Ah.

—Señor… Abuelo… ¿Los lobos? —Aunque Eddie ya no creía que fuera a sacarle nada al anciano. Tal vez Suze pudiera…

—Tal como lo recuerdo, éramos cuatro —dijo el abuelo.

—¿No eran cinco?

—¡Ca, hombre!, anque bastante arrejuntaos pa pasar por un moit. —Su voz se había vuelto seca y concisa. El acento se suavizó un poco—. Éramos jóvenes y atolondraos, nos importaba un mojino escocío de rata si moríamos o vivíamos, que le conste. Estábamos lo bastante cabreaos como pa defender una postura tanto si el resto decía que sí, que non o que acaso. Estaba yo… Pokey Slidell… que era mi mejor amigo… y estaba Eamon Doolin y su mujer, esa pelirroja Molly. Era el mismo diablo cuando se trataba de lanzar el plato.

—¿El plato?

—Ea, las Hermanas de Oriza lanzan el plato y Zee es una de ellas. Le diré que se lo enseñe. Tienen platos con el canto afilao menos por ande las mujeres lo cogen, que le conste.



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