Libros de sangre vol.ii by Clive Barker

Libros de sangre vol.ii by Clive Barker

autor:Clive Barker [Barker, Clive]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policier
publicado: 1983-12-31T23:00:00+00:00


Confesiones del sudario (de un pornógrafo)

Antaño fue carne. Carne, hueso y ambición. Pero eso había ocurrido hacía siglos, o eso parecía, y el recuerdo de ese estado dichoso se desvanecía rápidamente.

Aún perduraban vestigios de su vida anterior: el tiempo y el agotamiento no se lo podían arrebatar todo. Se representaba con una nitidez dolorosa los rostros de todas las personas que había amado y odiado. Le contemplaban, claros y luminosos, desde el pasado. Todavía podía ver la expresión dulce, desamparada, de los ojos de sus hijos. Y la misma mirada, menos dulce pero igual de desamparada, en los ojos de los brutos que había asesinado.

Algunos de esos recuerdos le producían ganas de llorar, pero a sus ojos resecos ya no les quedaban lágrimas. Además, ya era demasiado tarde para lamentarse. El arrepentimiento era un lujo reservado para los vivos, que todavía disponían de tiempo, coraje y energía para actuar.

Él ya estaba al margen de todo eso. Él, el «pequeño Ronnie» para su madre (si pudiera verlo ahora), llevaba muerto casi tres semanas. Demasiado tarde para lamentos, sin duda alguna.

Había hecho cuanto pudo para corregir los errores que cometió. Dio todo lo que pudo de sí y más, quitándose un tiempo precioso para atar los cabos sueltos de su fracasada existencia. El pequeño Ronnie de mamá siempre había sido ordenado: el paradigma de la pulcritud. Ésa fue una de las razones de que disfrutara con la contabilidad. La búsqueda de unos peniques perdidos entre centenares de números era un juego que le apasionaba, tanto como hacer el balance al final de la jornada. Lástima que la vida no fuera tan perfectible como le parecía ahora, demasiado tarde. Con todo, hizo lo que pudo y, como solía decir su madre, nadie está obligado a más. Sólo le faltaba confesarse y, después de eso, presentarse contrito y con las manos vacías el día del Juicio Final. Embutido en el asiento, brillante por el uso, del confesonario de la iglesia de Santa María Magdalena, le atormentaba la idea de que su cuerpo usurpado no resistiera el tiempo suficiente para que se liberara de todos los pecados que languidecían en su turbio corazón. Se concentró en mantener unidos cuerpo y alma durante esos minutos postreros y vitales.

Pronto llegaría el padre Rooney. Se sentaría detrás de la reja del confesonario y le colmaría de palabras de consuelo, comprensión y perdón; luego, en los últimos minutos de su vida de fracaso, Ronnie Glass contaría su historia.

Empezaría por negar el peor defecto de su carácter: la acusación de pornógrafo.

Pornógrafo.

Una idea absurda. En su cuerpo no había un solo hueso de pornógrafo. Cualquiera que lo hubiera conocido durante los treinta y dos años que vivió lo habría atestiguado. Por Dios, si ni siquiera le gustaba demasiado el sexo. Qué ironía. De toda la gente a la que se podía acusar de divulgar guarrerías, él era probablemente el más inocente. Mientras parecía que todo el mundo alardeara de sus adulterios como si de virtudes se tratara, él había llevado una vida intachable.



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