Leyendas anotadas de la Dragonlance by Margaret Weis & Tracy Hickman

Leyendas anotadas de la Dragonlance by Margaret Weis & Tracy Hickman

autor:Margaret Weis & Tracy Hickman [Weis, Margaret & Hickman, Tracy]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 2003-04-01T00:00:00+00:00


Capítulo 2

Dalamar cerró el libro de hechicería y, frustrado, descargó el puño sobre la mesa. Estaba seguro de haber cumplido con todos los requisitos, de haber recitado los versículos sin el más mínimo error en su énfasis ni, tampoco, en el número de veces que debía repetir el cántico. Los ingredientes eran los adecuados, había visto cómo Raistlin los manipulaba en infinidad de ocasiones. Sin embargo, no logró el efecto deseado.

Enterrando la cabeza entre las palmas, entornó los ojos y evocó el recuerdo de su shalafi hasta que pudo oír su voz susurrante. Intentó recordar el tono, el ritmo exacto, revisó todas las fases al objeto de detectar su fallo.

De nada le sirvió; cada detalle se le antojó idéntico. «Bien —se dio por vencido—, tendré que aguardar su regreso».

Tras levantarse, el elfo oscuro pronunció una palabra mágica y el hechizo de luz perpetua[520] en que había sumido una bola de cristal, colocada en el escritorio de la biblioteca del archimago, se desvaneció. No ardía ninguna fogata en la chimenea, la noche primaveral en Palanthas era tan benigna y agradable, que el aprendiz incluso se había atrevido a entreabrir el ventanal.

La salud de Raistlin era frágil hasta en los mejores momentos. No toleraba la más mínima brizna de aire fresco, prefería sentarse en su estudio arropado por el calor del fuego y los aromas de rosas, especies y podredumbre. En general, a su acólito no le importaba, pero cuando llegaba la primavera su alma elfa solía añorar el hogar boscoso que había abandonado para siempre.[521]

Erguido junto al batiente, aspiró el perfume de vida renovada que ni siquiera los horrores del Robledal de Shoikan lograban alejar de la Torre y se concedió a sí mismo la licencia de pensar en Silvanesti.

Un elfo oscuro, un ser a quien le ha sido negada la luz. Eso representaba él para su pueblo. Al sorprenderlo investido de la Túnica Negra, un hábito que ningún miembro de su raza podía mirar sin estremecerse, al descubrir que practicaba las artes prohibidas a los de su condición inferior,[522] los mandatarios le ataron los pies y las manos, amordazaron su boca y vendaron sus ojos. En tan triste estado, lo arrojaron a una carreta y lo condujeron a las fronteras de su territorio.

Privado como se hallaba de la visión, sólo guardaba en su memoria la fragancia de los álamos, de los brotes florales y de la rica tierra. Lo desterraron en la misma estación que ahora renacía.

¿Regresaría, si pudiera hacerlo? ¿Renunciaría a lo que ahora tenía a cambio de volver? ¿Sentía remordimientos, pesadumbre acaso? Sin proponérselo, Dalamar se llevó la mano al pecho y, debajo de sus ropajes, tanteó sus heridas. Aunque hacía ya una semana desde que el archimago le imprimiera su huella en la carne en forma de cinco abrasadoras llagas, no se había iniciado el proceso de cicatrización.[523] Nunca lo haría, reflexionó resignado.

El dolor le hostigaría durante el resto de su vida. Siempre que se desnudara, vería aquellos estigmas, surcos que la piel no había de cubrir. Era el castigo que debía sufrir por traicionar al shalafi.



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