Lejos by Santiago Roncagliolo

Lejos by Santiago Roncagliolo

autor:Santiago Roncagliolo
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-10-14T00:00:00+00:00


A veces, Gerardo sentía que se había casado por descuido.

A lo largo de su vida, había esquivado con destreza todas las posibilidades de estabilizarse, y había invertido la totalidad de sus ingresos como arquitecto en lo que más le preocupaba: su propio confort.

Merced a su gran talento para la fuga y al crecimiento inmobiliario, había llegado a los treinta y cinco años con una existencia autosuficiente y libre de preocupaciones económicas. Incluso se permitía lujos como un Volvo y una colección de vinilos de jazz. Pero cada mañana, durante su reflexión diaria mientras se lavaba los dientes, pensaba en su vida, y sentía que un vacío se abría en torno a él, como el foso alrededor de un castillo.

Su presupuesto de copas y cenas ocupaba la mitad de su sueldo y su agenda electrónica guardaba los teléfonos de doscientas veintiséis personas. Pero se preguntaba quién lo visitaría si fuese internado en un hospital, y no se le ocurría nadie fuera de su madre, la cual ni siquiera le inspiraba una gran seguridad. Sus únicos amigos eran gays, porque sólo ellos llegaban a su edad sin hijos ni familia. Sus amistades femeninas eran demasiado pasajeras para llamarse amistades. Amanecía solo casi todos los días, y entonces la cama le parecía una gigantesca llanura desierta que tendría que atravesar sin ayuda. Y sin embargo, cuando se llevaba a la cama a alguna mujer, se esmeraba en deshacerse de ella cuanto antes. Inmediatamente después del sexo, le decía:

—¿Te llamo a un taxi?

Y con esa actitud se aseguraba de no volverla a ver.

A la mañana siguiente, la resaca del amor le resultaba más insoportable que la del alcohol.

Aguijoneado por la soledad, trató de recuperar a sus viejas amistades: gente de la universidad o del colegio, todos casados. No era fácil encontrar un lugar en la agenda de personas que se acostaban temprano y pasaban los domingos limpiando cacas de bebés. Y cuando los veía, sus conversaciones estaban plagadas de biberones y pañales.

A Gerardo, la vida familiar le parecía aburrida, cuando no patética. Sin embargo, la mayoría de sus antiguos amigos lo trataban a él con cierta condescendencia. Cuando les hablaba de sus retos o sus dificultades, le devolvían una sonrisa piadosa. Sus problemas les parecían infantiles o frívolos. No lo decían, pero él sabía que su vida, la vida que él apreciaba por su libertad y glamur, era para ellos una etapa juvenil superada.

Si los casados lo invitaban a cenar, la razón era invariablemente una encerrona. Querían emparejarlo con alguna prima o compañera de trabajo. Sus anfitriones solían actuar en esos casos con una alcahuetería mal disimulada y, en opinión de Gerardo, maleducada. Repetían frases como:

—¿Ah, te gusta la literatura? A Brenda le encanta leer, ¿verdad, Brenda?

O, la peor de todas:

—Ustedes tienen tanto en común que es un milagro que no se hayan conocido antes.

Después de la cena, obligaban a Gerardo a llevar a la chica en cuestión a su casa, y al despedirse, le daban unas palmaditas en la espalda como las que te dan cuando tienes gripe.



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