Las virtudes cotidianas by Michael Ignatieff

Las virtudes cotidianas by Michael Ignatieff

autor:Michael Ignatieff [Ignatieff, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales
editor: ePubLibre
publicado: 2018-04-01T00:00:00+00:00


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FUKUSHIMA

LA CAPACIDAD DE RESILIENCIA Y LO INCONCEBIBLE

El primer ministro japonés, Naoto Kan, estaba en su oficina en la Dieta, el Parlamento japonés, cuando los adornos de cristal del candelabro que pendía sobre su cabeza empezaron a tintinear, a temblar y luego a bambolearse, cada vez con más violencia, de lado a lado.[148] El temblor se prolongó durante cuatro minutos. El primer ministro se puso a resguardo, esperando que la lámpara se desplomara. Cuando volvió a ser seguro estar en pie, se desplazó de inmediato hasta el centro de emergencias del Gobierno, para ponerse al frente de las operaciones. Los primeros informes fueron tranquilizadores: los cincuenta y cuatro reactores nucleares de Japón se habían apagado de forma segura. Una hora más tarde, las noticias cambiaron de repente: hubo un «apagón total de la central», una pérdida de suministro, en Fukushima Daiichi.

En Minamisoma, una ciudad a cuarenta kilómetros de Fukushima Daiichi, un pescadero, que contemplaba el mar desde las ventanas de su planta en el muelle de la ciudad, pensó simplemente que se trataba de una hermosa ola, como las que solía surfear, hasta que se dio cuenta de que los barcos de pesca estaban siendo arrojados hacia la orilla.

En la ciudad de Namie, a ocho kilómetros de la planta nuclear, un joven trabajador municipal conducía con un altavoz por las áreas de la ciudad más cercanas al mar, para alertar a la gente sobre la ola, cuando echó un vistazo al retrovisor y vio las olas rugiendo por el asfalto tras de sí.

Obedeciendo instrucciones, setenta y cuatro estudiantes permanecieron en el patio de una escuela primaria en Ishinomaki, después del terremoto y antes de que golpeara el tsunami. Los maestros desobedecieron la orden y escaparon a terrenos más altos con treinta y cuatro de los alumnos. Las personas que siguieron las órdenes fueron arrastradas por el agua.[149]

Un tendero de una de las comunidades costeras se ofreció como voluntario esa noche en la estación de bomberos. Hasta que se puso demasiado oscuro para distinguir nada pasó horas sacando cuerpos de los arrozales, de los coches volteados y de los botes arrojados a los campos, mientras caía en la cuenta de que aquellos eran los cadáveres de sus amigos.

En la sala de control de Fukushima Daiichi, el superintendente de la planta, Masao Yoshida, y su equipo pensaron en un primer momento que las instalaciones habían resistido el terremoto. Después de que golpeara el tsunami y de que las luces y el vasto panel de instrumentos frente a ellos se apagaran, entendieron que se enfrentaban a un apagón total, una situación para la que sus manuales de instrucciones nunca los habían preparado.[150]

Para estas personas —un primer ministro, un pescadero, un comerciante, unos maestros de escuela primaria, un trabajador municipal y un superintendente de una planta nuclear—, las 14.46 del 3 de marzo de 2011 marcan el momento en que accedieron al terreno de lo inimaginable. Lo inimaginable no es sinónimo de lo impensable. Por separado, cada uno de los elementos del triple desastre —un terremoto de gran magnitud que alcanzó un 9.



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