Las razones del amor by Stephanie Laurens

Las razones del amor by Stephanie Laurens

autor:Stephanie Laurens
La lengua: spa
Format: epub
editor: Harlequin Ibérica, S.A.
publicado: 2012-09-17T00:00:00+00:00


El carruaje de Agatha se detuvo frente a una tienda de Brunton Street. Sobre la puerta, colgaba un rótulo muy sencillo. Mme. Lafarge. Modista.

Cuando descendieron del carruaje, Agatha se sacudió las faldas y miró la puerta.

—Lafarge sólo cose para una selección de clientes. Es muy cara, según he oído.

—¿Acaso no es ella tu modista?

—¡Dios santo, no! Tal vez yo tenga dinero, pero no soy tan rica. No. Esto es cosa de mi sobrino.

'Por supuesto', pensó Lenore. Frunció el ceño, se encogió de hombros y siguió a su mentora por la estrecha y empinada escalera que había al otro lado de la puerta.

Madame Lafarge las estaba esperando en un gran salón muy elegante que había en la primera planta. La modista resultó ser una francesa menuda y de aspecto severo, que no dejó de observar a Lenore durante las presentaciones.

—Camine para mí, señorita Lester —le ordenó—. Vaya hacia la ventana y regrese aquí.

Lenore parpadeó atónita, pero cuando Agatha asintió, se dispuso a obedecer. Al principio dudó un poco, pero regresó al lugar en el que Madame esperaba con más seguridad en sí misma.

—Eh, bien. Ya veo a lo que se refiere monsieur le duc —comentó Lafarge, A continuación, se acercó a Lenore y le miró los ojos—. Sí... Verdes y dorados. Mademoiselle tiene veinticuatro años, ¿no es así?

Sin poder encontrar palabras, Lenore asintió.

—Très bien. En ese caso, no tenemos que limitarnos —dijo la modista, con una sonrisa de aprobación. Caminó alrededor de Lenore y asintió por fin—. A merveille... Creo que todo irá muy bien.

Deduciendo que aquello significaba que la elusiva modista había visto algo en ella, Lenore se relajó un poco.

De repente, Madame dio unas palmadas. Para sorpresa de Lenore, una muchacha apareció inmediatamente para recibir un montón de órdenes en francés. La joven asintió y desapareció inmediatamente. Un minuto después, aparecieron seis chicas, cada una de las cuales llevaba un atuendo a medio terminar.

Bajo la supervisión de Madame, Lenore se probó las prendas. Madame se las ajustó con gran habilidad mientras le explicaba las virtudes de cada una de ellas y el uso que esperaba que se les diera. Lenore no comprendió la verdad hasta que se probó el tercer atuendo. Ella era una mujer muy alta y delgada y, sin embargo, los vestidos sólo necesitaban pequeños retoques. Levantó la cabeza y se tensó.

—Quieta, mademoiselle —le ordenó Madame Lafarge.

—¿Para quién se hicieron estos vestidos, Madame? —preguntó Lenore.

—Para usted, señorita Lester, por supuesto.

—¿Cómo es posible?

—Monsieur le duc me dio una descripción de su complexión y de su talla. A partir de eso, pude diseñar estos modelos. Como ve usted, la memoria del duque no ha fallado.

Un temblor recorrió la espalda de Lenore. Agatha había estado en lo cierto. Eversleigh estaba demasiado acostumbrado a organizarlo todo a su gusto. La idea de que su guardarropa pudiera llevar la huella de él en vez de la de ella era mucho más de lo que podía soportar.

—Me gustaría ver el resto de los vestidos que usted ha preparado.



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