Las esquinas rotas by Joaquín M. Barrero
autor:Joaquín M. Barrero [Barrero, Joaquín M.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2018-05-01T04:00:00+00:00
El guarnicionero
Mohamed Laarbi sonrió al verme, y su boca desdentada semejó uno de los innumerables agujeros por donde desfilaba el ejército de ratas.
—Ah, paisa. Qué bien que tú visitas a mí.
Estaba sentado junto al quicio de la guarnicionería, extrayendo del sol los calores que necesitaba su escualidez y atareado con sus cueros y cinchas. Se levantó, obsequioso, dejando sus trastos en la silla de tablón sudado. Medía metro y medio aproximado y su cuerpo era de una magrez casi imposible.
—Necesito que repares esta correa.
Su taller no era tal sino un pequeño espacio situado a un extremo de una nave amplia donde se exhibían y despachaban ropas y objetos relacionados con el ajuar militar. El lugar testimoniaba el tiempo que caducaba, aunque lucía limpio como el resto del gran cuartel.
Las Fuerzas Regulares Indígenas de Tetuán fueron creadas en Melilla en 1911, al estilo de los Cuerpos formados por otras potencias coloniales. La tropa era mora y la oficialidad sólo española. Cuando se crearon otros Grupos de Fuerzas Regulares, el n.º 1 pasó de Melilla a la capital del Protectorado y ocupó el enorme cuartel de Cazadores de Tetuán, construido en 1914 sobre el monte Dersa. Ése era el cuartel adonde una madrugada silenciosa nos llevaron camiones fantasmales desde el campamento de reclutas de Dar Riffien, tantos meses atrás.
Miré las paredes desconchadas, que contrastaban con el techo de recio maderamen. España había empezado a abandonar el Protectorado hacía tiempo. El Ejército español ya no estaba en las plazas de significación, el peso de los tiempos barriendo la sangre desperdiciada de tanta juventud. Siete de los diez Grupos de Regulares se habían disuelto o integrado en Ceuta n.º 3, Melilla n.º 2 y Tetuán n.º 1, siendo este último el único de Regulares en el Protectorado junto a las otras fuerzas del Ejército español.
Marruecos nunca tuvo un ejército nacional, como tampoco fronteras definidas dentro de la inmensidad del Magreb. Cuando en 1956 se firmaron los acuerdos de devolución de la soberanía a la rama Alauí encabezada por Mohamed V, a la sazón exiliado por Francia en la isla de Madagascar, Marruecos tuvo sus primeras fronteras delimitadas. Fue entonces cuando se crearon las Fuerzas Armadas Reales, de uniforme verde oliva. Unos 15 000 soldados indígenas del Ejército francés y otros 10 000 del Ejército español pasaron a engrosar las filas de las FAR, a las que se unieron los miles que formaban el ELM, Ejército de Liberación de Marruecos, que tantos daños y desgracias causaron a las Fuerzas ocupantes, especialmente a las francesas. Para organizar ese ejército, cientos de oficiales y suboficiales franceses estuvieron al frente varios meses hasta que las academias de St. Cyr, Toledo y Casablanca formaron los suficientes mandos marroquíes.
Los Grupos de Regulares llevaban años nutriéndose de soldados españoles de reemplazo. Por eso hacía tiempo que la palabra «indígenas» había desaparecido de su denominación. Pero a partir del 56 no quedó ningún moro, salvo unos acemileros y algún que otro suboficial, todos de edades subidas. Y entre ellos, el talabartero de la historia.
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