Las chicas de Bloomsbury by NATALIE JENNER

Las chicas de Bloomsbury by NATALIE JENNER

autor:NATALIE JENNER
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788418800740
editor: Catedral
publicado: 2023-01-18T00:00:00+00:00


Capítulo 22

Regla número 10

Los empleados deben comportarse de un modo adecuado a su puesto, tanto dentro como fuera de la librería.

Eran las dos de la mañana y ni Vivien ni Alec podían dormir. Ella deambulaba cerca de la entrada de la librería y solo una lamparita del mostrador de caja le iluminaba el camino; iba desnuda bajo la gabardina marrón de Alec. Él solo llevaba pantalones y tirantes mientras se encontraba en la pequeña cocina, preparando té.

—¿Una galleta o dos? —preguntó Alec en tono juguetón en dirección al pasillo. Al sacar la cabeza por la puerta de la cocina, pilló a Vivien sonriendo por aquella conocida frase de la tienda, cosa que lo tranquilizó sobremanera. Después de aquella súbita y apasionada tregua entre ambos, estaba decidido a no dar ningún paso en falso en esta ocasión.

Alec había regresado a la librería justo cuando lord Baskin salía. Había esperado hasta que el conde ya no podía verlo y entonces se aproximó a la puerta, reprimiendo los desbocados celos que le inspiraba lo que Baskin y Vivien podrían haber estado haciendo, juntos y a solas, a una hora tan avanzada.

Ahora, Alec se acercó a ella sosteniendo torpemente la bandeja con los brazos desnudos y la depositó en el mostrador de caja, contraviniendo el protocolo de la tienda.

Tras franquear la puerta batiente del fondo del mostrador, Vivien anunció con una sorprendente alegría: «Esta noche estamos rompiendo todas las reglas». Se sentó en un taburete cercano que apenas se usaba en horario comercial, pues el señor Dutton prefería que los empleados siempre estuvieran de pie en sus puestos.

—Número diecinueve —añadió Alec, antes de que ambos repitieran al unísono—: nada de comida o bebida cerca de los libros.

Alec se miró casi azorado el pecho desnudo bajo los tirantes.

—Creo que esa sería la última de las preocupaciones de Dutton en este momento —dijo.

Instintivamente, Vivien se arrebujó en la gabardina, y él se maravilló ante la infrecuente imagen de que las mejillas de la mujer empezaran a sonrojarse.

—Lady Browning ha estado espléndida —comentó él, sirviéndole primero el té a Vivien—. Se ha metido a esas mujeres en el bolsillo.

—No mientas. Estabas aterrorizado.

—Por cierto, ¿dónde está tu placa?

Vivien arrugó la nariz mientras la buscaba por el mostrador:

—Se ha debido de caer con tanto… movimiento.

Alec soltó una carcajada y se dirigió al despacho. En él, miró hacia abajo y distinguió el brillo del latón en la alfombra, al lado de varios papeles de su escritorio que también estaban desperdigados.

Regresó al mostrador de entrada, manoseando la placa.

—Ven, te la voy a poner de nuevo antes de que se nos olvide…

Trasteó con la parte posterior hasta que la placa quedó firmemente sujeta a la gabardina, justo por encima del pecho izquierdo de Vivien, y a continuación se permitió recorrer la curva de ese pecho con el dedo, lo que provocó en ella un suspiro de recuerdo que, a su vez, lo llevó a exhalar profundamente.

Abrumado por sus emociones, Alec recorrió con la mirada los muchos espacios vacíos de las estanterías de Narrativa, en penumbra.



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