Las cartas que no llegaron by Mauricio Rosencof

Las cartas que no llegaron by Mauricio Rosencof

autor:Mauricio Rosencof [Rosencof, Mauricio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Memorias
editor: ePubLibre
publicado: 2000-04-23T16:00:00+00:00


III. Días sin tiempo

Lo que no recuerdo es la palabra. Era una sola palabra y no la recuerdo. Al despertar sí. Cuando desperté tenía la palabra que jamás había oído, dicha en un idioma insólito, inexistente, alguna lengua muerta, antigua, qué sé yo. Caldeo, arameo, esas lenguas del desierto, que murieron con las bocas que les daban uso, como habrá sido el último diálogo entre los últimos «mohicanos» de Caldea, fugitivos quizá, en una tienda o junto a la fuente, sobrevivientes del caos, la peste, la guerra, la disolución inexplicable, un río que se seca, la viruela, un descenso de temperatura glaciar y chau. Una civilización a la que hubiera podido consultar sobre la palabra que dejó sin contacto, sin referencia, sin un teléfono a mano, un 0900, fíjate en el diccionario qué quiere decir tal palabra. Me resultaría sencillo, fácil, inventarla, reinventarla, algo que suene extraño, como el idioma de los marcianos de Ray Bradbury. Pero no. Estoy narrando el comienzo de una historia, esto es historia, no literatura, aunque nada, nadie me obliga, compele, exige la fidelidad de los hechos que, por lo general, una vez narrados, pierden fidelidad.

Ahora bien: yo sé lo que esa palabra me decía. No lo dudé, no hice consideraciones, no me dije qué puta es esto, no. Del pique lo supe y lo pronuncié, pronuncié la frase entera, más o menos larga, aquella palabra en caldeo era un ábrete sésamo en mis neuronas destacadas al pensamiento, esas que en la distribución racional del trabajo, algo o alguien les dijo «bueno, che, ustedes, al pensamiento, ¿ta?».

En lo que no hay dudas, papá, es que la palabra me la dijiste vos. En un tono en el que se mezclaban la pregunta, el asombro, la orden.

Entonces me desperté y supe que no era un sueño; nunca llegué a pronunciar la palabra. Pero sí su sentido, su traducción, la frase.

Era breve, me atrevería a decir que de dos sílabas, en caldeo no hay esdrújulas, pero no tenía dónde anotarla y de haber tenido, fija que tampoco lo hubiera hecho.

Y en eso estaba cuando patean la puerta, salto, me cuadro, capucha. Hora de mear.

La casa, en la memoria, no es tan grande. Ninguna casa cabe en la memoria. Se reducen. Pero la reducción no es a escala, no es una maqueta pequeñísima. Cómo te podría explicar, mira, vamos a ver. Uno, los domingos iba al Estadio. Diez, veinte, cien domingos. Acá está la Olímpica, ahí la Amsterdam, el talud, la torre de los homenajes. Cualquier foto que ves en cualquier diario, el golero por el piso, la guinda en la red y el centreforward gritando el gol, y un fragmento de gradería al fondo; vos, sin vuelta, identificas el Estadio, con capacidad para ochenta mil espectadores, está registrado, tal cual, en un par de neuronas que ni te soñás. Pero el «registrado tal cual» no es tal cual. No se filma ni fotografía, es otra cosa. Si yo te dijera «dibuja el Estadio», vos lo dibujas. Pero no cada escalón, ni los focos ni el parlante, no la línea de óbol ni el punto penal.



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