La verdad sobre la luz by Auður Ava Ólafsdóttir

La verdad sobre la luz by Auður Ava Ólafsdóttir

autor:Auður Ava Ólafsdóttir [Ólafsdóttir, Auður Ava]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Realista
editor: ePubLibre
publicado: 2020-11-01T00:00:00+00:00


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40ºC

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Son las once de la mañana y el turista del ático está en mi rellano. Vestido con un jersey, sostiene unas sábanas embarulladas en los brazos y me pide disculpas por las molestias. Lleva un rato en el cuarto de las lavadoras, intentando saber cuál tiene que usar. Por lo visto, el dueño del piso le ha hecho hueco en un estante y le ha dejado tres perchas libres, pero no le ha cambiado las sábanas. El turista me explica que ha estado buscando unas limpias y que, al no encontrarlas, ha deducido que el propietario solo tiene dos juegos, el que estaba puesto en la cama y el que está en la cesta de la ropa sucia.

Me pongo las zapatillas y, mientras bajamos, me cuenta que su hijo debería haber venido con él.

—La idea era hacer un viaje los dos solos —me explica. Pero se ve que el chico se lo pensó mejor y decidió pasar las Navidades con su madre.

Le pregunto cuántos años tiene su hijo y me dice que dieciséis.

—Ha decidido dejar de coger aviones. Dice que toda la humanidad respira el mismo aire. Un día te pelas de frío en invierno y, al siguiente, ya es verano y te estás asando de calor. Antes, la primavera duraba al menos unas semanas. Ahora solo dura un día. Los tulipanes se marchitan veinticuatro horas después de haber salido. Hace demasiado calor.

Le muestro cómo funciona la lavadora.

Me explica que tenía pensado ir a otro sitio, pero, en el último momento, decidió venir a Islandia.

—Mi intención no era venir tan al norte, pero cambié de opinión.

No me dice: He viajado por todo el mundo, pero no he encontrado aún una tierra que mane leche y miel.

Su plan inicial era hospedarse en un hotel, pero luego pensó que sería más acogedor alojarse en un apartamento. Encontró el ático por casualidad, después de que le cancelaran a última hora otro piso que ya tenía reservado.

—Si es ropa blanca, la pones a ochenta grados —le indico—. Si es de color, a cuarenta.

Se coloca a mi lado y me observa mientras vierto el detergente en el compartimento antes de ajustar la temperatura y el tiempo.

En realidad, ya sabe usar la lavadora: en su casa tiene una de la misma marca, una Bosch.

Le pregunto si ya sabe lo que va a hacer durante su estancia y me dice que está reflexionando. Reparo en el verbo que ha empleado: «reflexionar».

Entonces caigo en que hace dos días puse una lavadora y aún tengo la ropa sin tender. Abro el tambor y, mientras hablamos, saco una camiseta, la sacudo y la dejo colgada de una cuerda, sujeta con dos pinzas. En el dorso lleva impreso el logotipo de un banco que una vez organizó una maratón benéfica en la que participé y cuyos fondos se destinaron a la compra de oxímetros para las incubadoras de la maternidad.

Sigo sacando camisetas, pero tengo mis reparos al llegar a la ropa interior.

Mientras subimos por las escaleras, me ofrezco a prestarle unas sábanas.



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