La venganza escocesa by Sabrina Jeffries

La venganza escocesa by Sabrina Jeffries

autor:Sabrina Jeffries
La lengua: spa
Format: epub
editor: Roca Editorial de Libros
publicado: 2007-01-01T00:00:00+00:00


Capítulo dieciséis

Querida Charlotte:

¿Por qué tenéis que hacerme preguntas que sabéis que no contestaré? Lo único que puedo deciros es que a pesar de que no me gustan demasiado los eventos sociales, tampoco me paso el día encerrado en casa. Si así fuera, ¿cómo podría obtener la información de primera mano que necesitáis para ayudar a vuestras pupilas? Cuidado, amiga; si no cesáis en vuestro empeño de interrogarme con tantas preguntas para averiguar mi identidad, es posible que yo sí que cese en mi afán de haceros partícipes de los chismes que averiguo.

Vuestro amigo, que tiene la firme determinación de permanecer en el anonimato, Michael

Lachlan miró a Venetia con ojos inclementes, deseando desesperadamente que ella no lo mirase a su vez con esa carita de pena, y que sus previos gemidos de placer no siguieran resonando en sus oídos. Porque su expresión de incredulidad horrorizada convertía todos los gozos anteriores en ceniza.

—Por eso no podemos casarnos —espetó él—. Esta batalla entre tu padre y yo no es un juego para damas. Es dura y cruel, y no acabará del modo que tú esperas, de eso no te quepa la menor duda.

—¡Sólo porque los dos sois más tercos que una mula! —sentenció ella, alzando la voz.

—Tienes razón, soy terco, pero creo que merezco que se me haga justicia, maldita sea. Y la justicia no significa dejarlo salir indemne, después de lo que ha hecho.

—¿Os batiréis en un duelo? ¿A eso lo denominas «hacer justicia»? Él es un hombre mayor, no un soldado. Ambos sabemos quién ganará. Sería un asesinato, pura y simplemente.

—Y también fue casi un asesinato lo que él pidió a sus hombres que me hicieran, sin embargo no te veo derramar lágrimas por esa injusticia —ladró él.

—Sí que he llorado; me has visto llorar —alegó ella suavemente.

Ya estaban de nuevo: ella mirándolo con carita de lástima, compadeciéndose de él de un modo tan evidente que a Lachlan le partía el corazón.

¡Maldita fémina! ¡En sus planes no había sitio para esa clase de dolores de corazón!

—La cuestión es que casándome contigo no solventaría nada —prosiguió él, con hostilidad—. Sólo te meterías en una terrible encrucijada. Y eso suponiendo que pudieras ser feliz conmigo en las Tierras Altas, después de todo, lo cual dudo seriamente.

—Tienes toda la razón del mundo —contraatacó ella con altivez—, si tu intención es matar a mi padre.

—¡No quiero hacerlo! ¡Maldita sea! ¡Sólo deseo que me pague lo que me debe! —Lanzó un bufido de hastío—. Pero si se niega a pagar, no me quedará otra alternativa que aniquilarlo.

La pasión en su voz la amedrentó.

Lachlan fingió no darse cuenta.

—Mira, sólo quiero el dinero. Si eso no es posible, quiero asegurarme de que no enviará a más hombres para que me maten, y no podré tener esa certeza a menos que él no esté muerto.

—Según la imagen que tienes de mi padre, ni tan sólo estarás seguro si acepta pagar el dinero.

—¿Por qué habría de matarme, entonces? No recuperaría el dinero. Pero hasta que no zanjemos esta maldita cuestión, no puedo regresar al mundo de los vivos.



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