La venganza de las meigas by Jara Santamaría

La venganza de las meigas by Jara Santamaría

autor:Jara Santamaría [Santamaría, Jara]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico, Infantil, Juvenil
editor: ePubLibre
publicado: 2023-11-01T00:00:00+00:00


10

Quen ten cu, ten medo

La verdad era que nos habíamos cargado el ambiente del pueblo. Para qué mentir.

Fuera por el olláparo o por nuestra intervención, la fiesta había acabado y su ausencia había dejado consigo un ambiente lúgubre, pesado. Los peliqueiros habían recuperado su forma humana y volvían a casa, frustrados y cabizbajos.

Desconocíamos por qué, pero la gente a nuestro alrededor nos miraba con atención. Y no parecía precisamente una mirada de agradecimiento por haberles salvado la vida. Estábamos subiendo a un terraplén para que Tomás pudiera curarme cuando una joven se separó de un grupo de meigas y se acercó a nosotros.

—Haríais bien en volver a vuestras tierras. Aquí nadie os ha llamado —siseó, justo antes de darnos la espalda y volver por donde había venido.

Entre el grupo, me pareció distinguir de nuevo a aquella meiga de labios rojos que habíamos visto en la aldea de Olalla. Sí, definitivamente tenía pinta de ser la cabecilla de aquello, fuera lo que fuera. No sabía si era una organización de meigas, un club o qué, pero aquello parecía algo más que un grupo de vecinas. Esa mujer mandaba, no me cabía ninguna duda.

Y, por lo que fuera, no le caíamos demasiado bien.

—No lo entiendo —dije al cabo de un rato, cuando conseguimos encontrar un lugar apartado y Tomás disponía sus bártulos para curarme—. Les hemos salvado. Si no nos hubiéramos enfrentado a ese olláparo, se los habría merendado a todos. ¿Por qué nos miran como si les hubiéramos arruinado la fiesta?

—No tengo ni idea —dijo Tomás.

Diego permaneció en silencio con la vista fija en el pueblo, sin mirarme.

Ah, sí, esa inexplicable hostilidad. Justo lo que necesitábamos en un momento como ese.

Tomás rebuscaba en su mochila.

—No puede ser que me haya quedado sin esencia de sauco —dijo, frustrado—. Algo tan básico, ¿cómo puede ser?

Metió la cabeza entera dentro de la mochila, pero al final la sacó, resignado ya.

—Voy a darme una vuelta por la aldea. En tierra de meigas otra cosa no sé, pero plantas medicinales debe de haber a rabiar —dijo, poniéndose de pie—. Vengo ahora. Por favor, no os metáis en ningún lío.

Sonreí al verlo bajar la ladera de vuelta al pueblo.

Después miré a Diego, que había vuelto a ser el Diego-cara-de-acelga de toda la vida. Suspiré.

—¿Y a ti qué te pasa? —le dije, sin rodeos.

Sus labios se movieron. Sabía que pretendía soltar un «nada», pero supuse que la poción no se lo permitió. En su lugar, la verdad emergió de él sin que pudiera evitarlo.

—Estoy enfadado contigo —me dijo.

La obviedad de sus palabras casi me hizo reír.

—Eso ya lo veo —respondí—. Pero ¿por qué?

Diego abrió mucho los ojos marrones, como si le acabase de preguntar algo tan obvio y estúpido como cuánto eran dos más dos.

—¡Porque has sido una inconsciente, Ingrid! ¡Has hecho lo que te ha dado la gana! —explotó—. Me has desobedecido. Te dije que te quedaras con Náyade. Te dije que no te acercases tanto al olláparo, y no me has hecho caso ninguna de las dos veces.



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