La Unidad 8 by Ricardo Vélez Acevedo

La Unidad 8 by Ricardo Vélez Acevedo

autor:Ricardo Vélez Acevedo [Vélez Acevedo, Ricardo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Psicológico
editor: ePubLibre
publicado: 2023-05-15T00:00:00+00:00


Capítulo 27

—Voy a salir de aquí, y necesito tu ayuda —le dijo Pablo a Alonso, su mirada seria y penetrante, desde el otro lado de la mesa comunal del comedor.

La noche anterior, sin poder consolidar el sueño, la pasó en vela meditando sus opciones y las consecuencias de cada una de ellas. Estimó aceptable el riesgo de un confinamiento en solitario o de torturas a cambio de la posibilidad de regresar a su familia. Confinado ya estaba, razonó Pablo solitario encerrado en su habitación toda la noche; y la amenaza de torturas, aunque indeseable, representaba un riesgo abstracto que no valoraba con urgencia, pues no sabía qué conllevaba ser torturado por Bedolla más allá de lo que ya había experimentado. En conjunto, la indiferencia y la incertidumbre no superaban la intensidad de las ganas de ver a su familia y retomar su vida, aunque fuera solo un semblante de lo que había sido en el pasado.

Ahora, sentado allí al día siguiente, compartía sus intenciones con sus compañeros. En su resolución no buscaba apoyo moral, sino información que nutriera la logística de sus planes.

—No sabes lo que estás diciendo —respondió Alonso.

Pablo había comenzado a formular su plan y los detalles no los compartiría en su totalidad de forma inmediata. Necesitaba todas las fichas sobre el tablero antes de proseguir.

—Sí, sé lo que estoy diciendo. Y no me asusta la Boca del Oso, ni nada más que puedas decir.

—No te asusta porque nunca has estado allí encerrado —advirtió Alonso.

—¿Y cómo es estar allí encerrado diferente de ahora?

—No es lo mismo.

—¿Cómo? —insistió.

Alonso exhaló con fuerza a modo de irritación.

—Te jode la mente —dijo, dándose con un dedo en su propia cabeza—. Te hace ver cosas que no están. No te sacan ni para aquí, te llevan la comida.

—Aunque sea peor, estar aquí encerrado, o en el sótano, me da igual —dijo Pablo—. Mientras estoy aquí mi esposa ya pudo haber dado a luz, o estar a punto de hacerlo. Estar aquí encerrado, en el otro piso o en el sótano, es no estar allá afuera. Punto.

Hubo unos instantes de silencio. Pablo aprovechó para engrasar y hacer mover las ruedas del plan que formulaba.

—Podemos hacerlo juntos —dijo, y Alonso le lanzó una mirada de lado—. Podemos escapar los dos.

El otro negó con la cabeza.

—¿En realidad prefieres estar aquí? —preguntó Pablo.

Alonso dudaba.

—Si es que tienes miedo, a mí…

—¡Yo no tengo miedo! —interrumpió él, enojado.

—Eso no es lo que parece.

—Dale, dime. —Alonso cruzó sus brazos—. ¿Cómo carajo vas a salir de aquí?

—Por eso necesito tu ayuda, tú sabes mejor que yo las salidas, y los guardias, y toda la rutina.

—Ya. ¿Y tú sabes traspasar paredes? No vale de nada saber dónde están los guardias si no puedes ni salir de la sala.

Pablo había anticipado resistencia de parte de su compañero y tenía una línea argumentativa ya ensayada. Al entender que no podía hacerlo todo solo, las palabras que usaba para convencer a Alonso las había seleccionado con cautela para maximizar su impacto.

—Es como un flujograma —explicó.

—¿Qué es eso? —preguntó Dani, intrigado una vez más por palabras que desconocía.



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