La tienda vintage de Astor Place by Stephanie Lehmann

La tienda vintage de Astor Place by Stephanie Lehmann

autor:Stephanie Lehmann [Lehmann, Stephanie]
Format: epub
Tags: antique
editor: www.papyrefb2.net


JUEVES

14 de junio de 2007

23

AMANDA

Cuando se abrió la puerta de la tienda levanté la vista del diario con la esperanza de que fuera el chico de los recados, con mi sándwich.

—Lo esperabas, ¿no? —dijo el nieto de la señora Kelly, arrastrando dos bolsas de basura.

—Ah, sí, de la señora Kelly. Genial. Puedes dejarlo aquí atrás, en el suelo.

—Ahora mismo vuelvo.

Se giró y corrió hacia un taxi aparcado delante de la tienda. Yo guardé el diario en un cajón, mientras él regresaba con dos bolsas más.

—Gracias por traerlo —dije, intentando acordarme de su nombre, si es que lo había sabido alguna vez.

—Me alegro de quitármelo de encima. —Debía de acordarse de que era una transacción comercial, porque añadió—: Me ha dicho que hay algunas cosas de mucho valor.

Llevaba chinos, camiseta Nike azul y una gorra de los Yankees. Habría sido un buen look para un chaval de instituto, pero no para un hombre con edad para acordarse de cómo era vivir sin correo electrónico. Y no llevaba anillo. ¿Problemas para comprometerse?

—Sí, algunas cosas bonitas hay. Tiene buen gusto —afirmé.

—La abuela trabajó de encargada de compras en unos grandes almacenes.

—Ahora me lo explico.

—Sí.

Echó un vistazo a su reloj y miró por la puerta.

—¿Vives con ella?

—No, no, qué va. Vivo en Santa Mónica.

—Ah. —¿Y la gorra de los Yankees?—. ¿Te gusta?

—Aparte del tráfico, está bastante bien. Qué interesantes —dijo, mirando atentamente la estantería que estaba detrás de mí.

—Son cabezas-jarrón. —Bajé uno y le enseñé la abertura superior—. Estuvieron muy de moda en los años cuarenta y cincuenta. Ahora son piezas de coleccionista.

Tenía que bajar el nuevo.

—Nunca había visto ninguna. Están muy bien.

—Gracias. Oye, que me parece que no sé cómo te llamas.

—Ah, perdona. Rob, Rob Kelly.

—Amanda Rosenbloom.

Movimos la cabeza en señal de saludo y sonreímos, pero ninguno de los dos hizo el gesto de tender la mano. Tuve esa sensación de cuando estás soltera y estás con un hombre que también podría ser soltero y te imaginas que se imagina que estás desesperada y te casarías con él mañana mismo solo con que lo dijera, pero que por qué iba a hacerlo si podría tener a una de veinte en vez de una mujer con casi cuarenta. Pues no estoy desesperada, tuve ganas de decirle. Llevo un negocio que va bien (creo), me gusta vivir sola y no necesito tener pareja para sentirme con derecho a existir.

—¿Tú has estado alguna vez? —preguntó.

—Una. Los Ángeles no me gustó mucho, pero Santa Mónica me pareció atractivo, con la playa...

—Sí, la calidad del aire es mejor. —Volvió a mirar por la puerta. Me extrañó que no se fuera, hasta que caí en la cuenta de que tenía que darle el cheque. Probablemente estuviera intentando no ser maleducado—. Te debo dinero —afirmé con el índice en alto—. Espera un segundo.

Le extendí un cheque por mil doscientos dólares y se lo di con pesar.



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