La ruta infinita by José Calvo Poyato
autor:José Calvo Poyato
La lengua: spa
Format: epub
editor: 2019
publicado: 2019-08-21T11:17:53+00:00
33
El semblante de Magallanes se demudó al recibir la noticia. Habían demorado abandonar el Guadalquivir y salir a mar abierta porque, terminada la aguada y el embarque de las últimas provisiones, barriles con fruta y sacos de sal, se habían retrasado los herboristas moriscos que venían con los fardos de hierbas medicinales, reclamados por el médico.
—¿Cuándo os entregaron esta carta?
—Ayer, antes de mediodía, que fue cuando salí de Sevilla. Cabalgué sin descanso hasta Jerez, adonde llegué anocheciendo con el caballo agotado. He reemprendido el camino esta mañana con las primeras luces del amanecer.
Magallanes indicó al escribano Ezpeleta que enviase razón certificada a los capitanes de que quedaba suspendida la salida de la escuadra. Ordenó preparar el bote y desembarcó. Aquella actitud, sin dar explicaciones, produjo gran zozobra entre las tripulaciones. Nadie sabía qué ocurría ni cuál era la causa por la que se ordenaba mantener los barcos anclados. Muy pronto se supo que Magallanes había alquilado un par de caballos y, acompañado de su cuñado, Duarte de Barbosa, había abandonado Sanlúcar saliendo por la puerta de Sevilla.
—¿Sabéis algo sobre el mensaje que habéis entregado a ese portugués?
Quien preguntaba al correo que había traído la noticia era Juan de Cartagena. Apenas le fue comunicada la orden de permanecer anclado, había localizado al mensajero en la posada de las Covachas, adonde había ido a reponer energías.
—Como comprenderá vuesa merced ignoro su contenido. Pero, tal vez, podría darle cierta información.
—Hablad.
El correo, en lugar de responder, se llevó su jarrilla de vino a los labios y le dio un sorbo. Luego se quedó mirando fijamente a Cartagena sin abrir la boca.
—¿Cuánto?
—¿Ocho reales?
—Cuatro —respondió poniendo la moneda encima de la mesa.
El mensajero iba a cogerla, pero la mano del capitán de la San Antonio le sujetó la muñeca.
—Antes, hablad. ¿Quién le escribía?
—El tesorero de la Casa de la Contratación.
—¿El canónigo Matienzo?
—Sí, soltadme la mano —Cartagena le liberó la muñeca y con la punta del dedo desplazó la moneda un palmo.
—¿Qué más podéis decirme?
—Creo que el mensaje tiene algo que ver con el incendio de las atarazanas. Al parecer han detenido a unos sujetos, que han cantado.
—¿Qué han dicho?
—No lo sé. Pero lo que se oye en Sevilla es que eran portugueses quienes estaban detrás de los peligros que han acechado a esta expedición.
—¿Los detenidos son portugueses?
—No lo sé.
Cartagena se acarició el mentón.
—¿Cómo ha reaccionado el portugués cuando le habéi entregado el mensaje?
—No hizo comentarios. Debe de ser algo grave por cómo se le contrajo el semblante al leerlo. Tengo entendido que ha decidido regresar a Sevilla.
—Recoged esa moneda, os la habéis ganado.
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