La perla 03 by Anónimo

La perla 03 by Anónimo

autor:Anónimo [Anónimo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Erótico
editor: ePubLibre
publicado: 1879-09-30T16:00:00+00:00


Lord St. Jerome estaba fuera de la ciudad. Tras solicitarlo especialmente, Alice y yo compartimos la misma habitación, que se abría a un espacioso pasillo, al final del cual había una pequeña capilla u oratorio.

Estábamos tan nerviosas por el día que nos esperaba a la mañana siguiente y también por la esperanza de encontrarnos con algunos de nuestros amigos de la ciudad, en especial con los Vavasour, que el sueño desapareció, como si estuviese prohibido, de nuestros ojos. De pronto Alice se incorporó en la cama y dijo:

—¡Oye! Alguien anda por el pasillo.

Saltó de la cama y con mucha suavidad abrió nuestra puerta, mientras yo la seguía y me quedaba justamente detrás de ella.

—Van hacia el oratorio. Acabo de ver a alguien que se dirige hacia allí. Tengo que saber qué pasa en esta casa. Venga, es fácil deslizarse en una de las habitaciones vacías y espiar, en caso de que oigamos que venga alguien.

Y así diciendo se puso sus zapatillas, se echó un chal sobre los hombros y yo seguí su ejemplo, listas ambas para cualquier tipo de aventuras.

Cautamente avanzamos por el pasillo y pronto llegamos ante la puerta de la pequeña capilla. Pudimos oír varias voces que hablaban tenuemente en su interior, pero teníamos miedo de empujar la puerta, principalmente por el temor a ser cogidas como espías.

—¡Silencio! —dijo Alice—. Yo estuve aquí cuando era una niña muy pequeñita y ahora recuerdo que la vieja Lady St. Jerome, que lleva ya varios años muerta, solía usar esta habitación que queda al lado de la capilla y tenía una entrada privada, que se había hecho hacer directamente desde su cuarto al oratorio. Si pudiésemos entrar en esta habitación —dijo, girando el pomo de la puerta—, nos encontraríamos en un sitio estupendo para ver todo lo que pasa, ya que este cuarto nunca se usa, y dicen que está encantado con el fantasma de la vieja dama.

La puerta cedió a nuestra presión y nos deslizamos dentro del oscuro cuarto, al que sólo lo alumbraba muy poco, la débil luz de la luna.

(Continuará en el próximo número)



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