La paloma de Ravensbrück by Carme Martí

La paloma de Ravensbrück by Carme Martí

autor:Carme Martí [Martí, Carme]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2012-04-22T16:00:00+00:00


18

Me he convertido en un saco de huesos y siento el peso de cada uno de esos huesos. No me encuentro bien. Es como si cada día tuviese febrícula y supiese que al día siguiente no me podré levantar de la cama, pero llega el día siguiente y me tengo que levantar y soportar la febrícula, que parece que ha subido, y arrastrarme durante todo un día interminable para llegar a la noche interminable.

Durante unos segundos me engaño y me digo que me siento feliz porque me subo al catre para dormir. Estoy tan cansada que pienso que sí, que hoy sí, en esta pequeña muerte encontraré un poco de paz. Pero he visto que pegaban cruelmente a algunas mujeres, he visto morir a otras, he visto mujeres muertas y mujeres destinadas al crematorio, y a sus hijos cogidos a sus faldas con la cabeza gacha, y el humo de los crematorios, el humo y las cenizas… Con el cuerpo herido, con el agujero del hambre perforándome por dentro y el de la sed quemándome la garganta, la noche aparece pura y dura, tal como es: larga y tenebrosa. El sueño está desgarrado y tengo el alma enferma. Corro como si fuera coja detrás del sueño, y el abismo de la noche me atrapa y no me deja llegar a esa otra muerte tan deseada.

Empieza un nuevo día, la sirena nos desentierra del abismo de la noche para enterrarnos en el abismo del día, el camino hacia la letrina, la sopa asquerosa, el catre arreglado, los otros cuerpos heridos, con las manos desorientadas…

El recuento.

El nuevo comandante en jefe del campo.

El recuento.

El recuento.

El recuento.

El recuento.

Como en Ravensbrück.

La esperanza es que se acabe el recuento y podamos ir a matarnos trabajando para producir municiones contra los que nos han de salvar. La esperanza es fingir que somos fuertes, estar dispuestas a dar lo que nos quede de vida trabajando.

Arrancan los rosales del comandante Edmond.

El recuento.

El recuento.

Es como si llevásemos una pesada nube negra por sombrero, la febrícula que nos aplasta… Hasta que al final dan por acabado el recuento y nos toca arrastrarla.

Nos comunican las nuevas normas: prohibido llevar cinturón, bolsillos y bolsas. Yo miro el saquito que me había hecho y que llevo colgando de la cintura. Prohibido peinarse. Prohibido reír. Prohibido cantar. Prohibido hablar en el comando. Miro sus rostros llenos de odio.

—¡Bajo pena de ahorcamiento! —gritan al acabar.

El miedo nos mantiene rígidas.

La sorpresa es que nos ofrecen un sueldo por nuestro trabajo, una especie de bonos que podremos cambiar por pasta de dientes, latas de sardinas…

El hambre y la sed nos roen cruelmente por dentro cada día, cada hora, a cada momento, sin tregua. Y te sientes sin aliento, y lo recuperas con una sopa extraña, como una gelatina que es incomible y que devorarías como un animal sin conciencia. Y ahora nos ofrecen vales por nuestro trabajo, y es evidente que no saben a quién tienen delante. Durante un momento hablamos entre nosotras delante de ellos. Una cosa es trabajar obligadas en contra de los nuestros y otra muy distinta recibir algo a cambio.



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