La musa de la flor negra by Marta Gracia Pons

La musa de la flor negra by Marta Gracia Pons

autor:Marta Gracia Pons
La lengua: spa
Format: epub
editor: Maeva Ediciones
publicado: 2023-03-16T11:57:23+00:00


COMENZÓ A CAMINAR por el jardín para sosegarse, cuando de repente oyó unas voces. En uno de los banquitos que había a lo largo del pequeño sendero del patio, se encontraba Mahery junto al criado personal del invitado. Estaban de espaldas a ella, no se habían percatado de su presencia. Mientras fumaban, hablaban de sus cosas. Ella permaneció escondida, escuchando.

El criado negro del señor Clement iba ataviado con una sencilla ropa blanca.

—Mi señor es duro —comentó con tristeza—. Nos da mala comida y a veces nos retiene el salario sin justificación. Además, nos azota si hacemos algo mal. Y, a pesar de que la esclavitud fue abolida, los jueces nunca condenan la violencia, pues siempre reman a favor de los amos.

—Yo me siento un afortunado, entonces —expresó contento el otro—. El señor Wolf es un buen señor.

—Me alegro. Aun así, están peor los que llegan de Mozambique y la costa de Malabar. Al parecer, vienen en muy malas condiciones. El otro día entraron en la isla unos cincuenta. Ya se han repartido por todas las plantaciones. Mi amo quiere comprar algunos, por eso ha venido aquí.

—¿Comprar? —preguntó Mahery—. ¿De qué hablas? ¿Qué tiene que ver Antoine en esto?

El criado se encogió de hombros.

—No lo sé, yo solo digo lo que escucho. Resulta que hay unos comerciantes indios que se dedican a la trata de negros en Madagascar. Los traen de la costa oriental africana. Ya sabes que allí todavía se permite la esclavitud. Y creo que el señorito Wolf es el intermediario o algo parecido.

Celia tragó saliva, no se podía creer lo que estaba escuchando. Enseguida ató cabos. Antoine tenía negocios a espaldas de su padre: la venta de esclavos. Él no se manchaba las manos, sino que eran aquellos comerciantes indios quienes se encargaban del proceso. Celia recordó lo que le había contado Gustav sobre el Neumann Bank; estaba segura de que también estaban metidos en el ajo. Habían sido ellos quienes le habían propuesto aquel inhumano negocio y, ante su negativa, habían recurrido a su heredero, quien lo habría aceptado con agrado para llenarse los bolsillos. No tenían escrúpulos.

Con el estómago encogido, regresó de nuevo al comedor. Tuvo que hacer un esfuerzo por no mirar a los ojos a Antoine y confesarle que conocía su secreto. Gustav se llevaría un buen disgusto en cuanto se enterara.

Terminó por fin la velada y todos se fueron a la cama. Intuía que, durante la conversación privada que habían mantenido Antoine y el señor Clement en el despacho, se habría fraguado la venta de alguno de esos seres humanos arrebatados de su tierra para convertirse en mercancía. Sentía asco y rabia al pensar que aquel tipo de tratos se había realizado bajo el techo de su casa. Su esposo no lo hubiera permitido jamás.

Incapaz de dormir, Celia le dio vueltas a la cabeza en busca de una solución. Sabía que los hombres de Antoine encontrarían a Niry y que este acabaría en la plantación del señor Clement en las peores condiciones. Tenía que impedirlo.



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