La mujer del defenestrado by Ramón Illán Bacca Linares

La mujer del defenestrado by Ramón Illán Bacca Linares

autor:Ramón Illán Bacca Linares [Bacca Linares, Ramón Illán]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2008-01-01T00:00:00+00:00


VI

En ese abril del 83 —era semana santa para más señas⁠— nos fuimos a filmar en la Guajira. Al principio estuve calmado, el verdor del parque Tayrona se extendió, durante gran parte del trayecto, ante nuestra vista. El mar, en ese azul cantado por los poetas, me inspiró volver a declamar algunos versos, pero las clases de literatura, estaban muy lejos en el tiempo, y por más que agucé la memoria, solo pude recordar ripios de poemas.

«Déjate de crepusculayas» me dijo la voz severa de la nena al sentarse a mi lado. Decidí no prestarle atención y dormirme. Al despertarme, el escenario había cambiado. Una tierra pedregosa, árida y negruzca nos rodeaba. «Estamos cerca de Riohacha» gritó el conductor. Cuando entramos a la ciudad, me di cuenta, que se había acertado en el escenario.

Hacia la medianoche, en el hotel, sentí golpes en la puerta de mi cuarto. No abrí, sabía que era ella. Al salir por la mañana, encontré escrito con pintalabios en la puerta, un ominoso: «No niegues que te lo buscaste».

Compramos las provisiones en Maicao. Tanques para el agua, focos de mano, enlatados, galletas, el desierto se abría ante nosotros. «¿Pero porqué compras esa manta tan gruesa?». Me dijo en tono antipático la nena que se me había acercado cuando estaba enfrente al mostrador. «Mira, —⁠le contesté en tono conciliador— desde que vi en “Lawrence de Arabia” sé que en los desiertos hace frío de noche». Parece que la alusión cinematográfica la calmó, porque me dio un beso con sabor a reconciliación, y se fue a seguir organizando cosas.

Empezamos el viaje hacia Nazaret en las estribaciones de «la Macuira». Al principio, el paisaje eran cactus, trapillos, pringamozas, arbustos espinosos. También mujeres indígenas en sus burros, con los calambucos para recoger agua, vestidas de negro, con la manta guajira, y con las caras pintadas, para protegerse del sol.

De pronto una serie de hombres indígenas, montados en sus bicicletas, con gafas para el sol, sombreros alones de fieltro, y guayucos, rodearon el vehículo. Crispín y los fotógrafos filmaban entusiasmados, las mujeres, del elenco, tenían una expresión temerosa. «No temas, fueron los españoles los que violaron a las indias, no los indios a las españolas» le dije a una de las extras, a la que reflejaba mas pánico en su rostro. Pero no había hostilidad, sino curiosidad, ante los equipos de filmación…

Después de un alto y la repartición de algunos pesos, pudimos proseguir la marcha. Sobre un mar, de un azul desvaído, por el polvillo de la mina de carbón cercana, revoloteaban unas gaviotas. Unas horas después llegamos a la primera de las locaciones para la filmación, la bahía del Cabo de la Vela.

Ahí empezaron las dificultades. ¿Cómo filmar en un lugar con una única calle, y en la que las camionetas, con sus vidrios polarizados, recorrían a toda velocidad, y con los radios tocando vallenatos a todo volumen? Por más que Crispín y sus ayudantes pidieron colaboración, no se logró. Hubo que ir a otro lugar mas adentro.

En esa etapa, la arena levantada, impedía ver cualquier cosa y el chófer iba a una velocidad de espanto.



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