La mesa de los galanes by Roberto Fontanarrosa

La mesa de los galanes by Roberto Fontanarrosa

autor:Roberto Fontanarrosa [Fontanarrosa, Roberto]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 1998-12-31T16:00:00+00:00


YO TUVE UN NIÑO ASÍ

«Los hijos constituyen la región más sensible del ser humano». Recuerdo que esta frase encabezaba una carta de los lectores que envié al diario La Capital de Rosario y que se publicó el 2 de setiembre de 1989. Me la comentaron favorablemente muchos amigos míos (el doctor Boffa, entre ellos) e incluso, en el programa radial Un alero en la senda, de don Evaristo Clérici, alguien me dijo que la habían repetido.

Esto viene a cuento por lo que nos sucedió en una oportunidad a mi esposa Nora y a mí, volviendo de Europa, en una escala en el aeropuerto de San Pablo. La frase esa, además, me la pidió la pedagoga Estela Di Caprio, ahora recuerdo, para incluirla en un libro sobre educación infantil que iba a editar junto a Alma Maritaño.

Y es verdad lo que digo. Todos aquellos problemas, y más que nada, temores, que uno puede tener antes de ser padre, toman otra dimensión, pasan a un segundo plano cuando llegan los hijos. Allí es a mi entender, cuando aparecen los verdaderos temores. Mi madre, pobrecita, me solía repetir, «Una nunca más vuelve a dormir con entera tranquilidad después de tener un hijo». Se está con un ojo cerrado y el otro abierto. Con un oído puesto permanentemente en la habitación de al lado —especialmente si se trata de un bebé— tratando de escuchar si llora o no llora, si se queja o si no se queja.

Y habíamos viajado a Oporto, Portugal, a un congreso sobre Comportamiento del noyo ante la metalización por termorrociado donde Nora debía dictar una conferencia.

Alfredo era muy chiquito por entonces y decidimos que era muy prematuro dejarlo solo. No tendría más de cuatro años. Yo, por otra parte, siempre fui reacio a dejar que Nora viajase sola. Siempre para una mujer es más difícil viajar sin compañía. Por lo tanto decidimos llevar a Alfie.

Habíamos probado ya una vez —un fin de semana— dejarlo con los padres de Nora, pero la cosa no resultó. Cuando volvimos, parece mentira, encontramos signos inequívocos de golpes, de malos tratos. Moretones, cardenales en los brazos y piernas del abuelo, por ejemplo. Y un corte de unos dos centímetros en la ceja derecha de Alicia, la madre de Norita. No es un chico de adaptarse demasiado bien, Alfredo.

Lo llevamos, entonces, y tuve que tenerlo a mi cargo en tanto Nora daba sus charlas y conferencias. Es cierto que Alfie molestó bastante, interrumpiendo cada rato a su madre o cayéndose por las gradas de la sala de conferencias —una hermosa sala de conferencias allá en Oporto— pero en general puede decirse que se portó bastante bien. El regreso se hizo un poco más pesado, sobre todo por los temores de mi esposa.

Y vuelvo a la frase con que empecé esta conversación. Nora, por ejemplo, no vacila en enfrentar a una delegación de obreros metalúrgicos —lo hizo varias veces en Villa Constitución— o no la atemoriza meterse dentro de un alto horno de fundición, pero en todo lo que sea referente a Alfredito se pone tonta.



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