La Maldición de la Disformidad by Michael J. Hollows

La Maldición de la Disformidad by Michael J. Hollows

autor:Michael J. Hollows [Hollows, Michael J.]
La lengua: spa
Format: epub
publicado: 0101-01-01T00:00:00+00:00


Se retiró, aturdida a causa de la visión. Era prácticamente demasiado fuerte, y se sintió exhausta cuando la energía la abandonó. Su cuerpo se desplomó, agotado, pero su mente seguía siendo aguda. Desde que era una niña sabía que su mente era su herramienta más eficaz, y desde entonces también se había convertido en su arma más poderosa.

Al final, volvía tener el control.

Sólo habían pasado unos segundos, pero había sido demasiado tiempo. Las visiones habían cambiado y se estaban apoderando de ella. Su proximidad a la Fortaleza de Piedranegra, resultaba más peligrosa de lo que había imaginado en un principio. La presión que sentía en la boca del estómago no disminuía y tragó saliva, tratando de alejarla.

Los drones más cercanos, habían desaparecido en la corriente de llamas disformes. Había varias siluetas, todas rodeadas de estelas de ceniza negra, y el suelo estaba chamuscado y picado.

-No vuelvas a hacer eso, bruja…- la amenazó el Sacerdote. Taddeus la miró entre arremetidas con su maza. El dobladillo de su sotana estaba deshilachado y ennegrecido por la explosión de energía disforme. Tenía la cara cubierta de hollín. -En nombre del Dios-Emperador, si lo haces una vez más, ¡te mataré yo mismo!

-¡Intentaba ayudaros!- gritó Aradia por encima del sonido del tableteo de la ametralladora.

-¡No necesito tu ayuda, maldita bruja! Tengo toda Su fe…- replicó de malos modos, mientras el arma rugía y lanzaba una andanada de proyectiles contra la siguiente oleada de drones, desintegrándolos y convirtiéndolos en polvo alienígena.

-No pierdas el tiempo, nunca lo entenderá el mon-keigh- aconsejó la Aeldari. La expresión de Guiasombría era completamente impasible, pero Aradia podía percibir una nueva sensación en ella… cautela.

Aradia ya no podría recurrir a sus poderes, por miedo a lo que pudieran provocar. Por suerte, la escuela no sólo había entrenado su mente, sino también su cuerpo.

Se preparó, flexionando los músculos de los hombros y asió el bastón con una mano. Con la otra, soltó la pistola que llevaba a la espalda. Se alegró de haber tenido la precaución de llevarla consigo. Apuntó al dron más cercano y apretó el gatillo.

El rayo rebotó en la cúpula de cristal, desapareciendo en el amplio techo. El zángano apenas reconoció el ataque y continuó deslizándose por el suelo sobre su trípode. Se balanceó hacia delante sobre dos de sus patas, preparándose para saltar.

Ella volvió a disparar su pistola láser, esta vez con más fuerza. El primer disparo salió desviado, pero el segundo, dio en el blanco. Los cristales se rompieron contra el suelo cuando el rayo rojo brillante se encontró con su objetivo. Más formas se sumaron, como si se tratara de una alfombra de adornos de cristal que cobraban vida. Había cientos de ellas, todas atentas a los invasores, como si fueran una especie de infección viral. Aradia no sabía cómo iban a derrotarlos a todos, ni siquiera con el tableteo de la ametralladora de Taddeus, el silbido del lanzallamas de Vorne y con Guiasombría entre los zánganos, cortando por aquí y por allá con su espada de energía.

Aradia se revolvió, impulsando hacia abajo el extremo metálico plano de su bastón.



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