La ley también mata by M. L. Estefanía

La ley también mata by M. L. Estefanía

autor:M. L. Estefanía [Estefanía, M. L.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1968-10-15T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VII

-Hola, John… ¿Le han localizado ya los muchachos?

—Aún no, Jerome. Y está mucho mejor tu rostro. ¿Qué te ha dicho el médico?

—Tengo para unos cuantos días aún…, pero creo que no voy a resistir tanto tiempo metido en esta cama. ¡Me confié demasiado! ¡La próxima vez no ocurrirá lo mismo…!

—El patrón está muy disgustado contigo. Perdió una fortuna por confiar en ti.

—¡Recuperaré ese dinero! ¡Ya lo verás! ¡Tan pronto como me encuentre en condiciones de poder hacerlo!

—El gobernador se ha hecho muy amigo de ese muchacho. Durante estos días hemos tenido vigiladas las tierras de Ronald por si se le ocurría salir de ellas… Han debido darse cuenta los hombres de Ronald y lo más probable es que se lo hayan dicho.

—¡Daré con él, se esconda donde se esconda!

—Lo que tienes que hacer ahora es cuidarte. Voy a dar instrucciones a los pertigueros. Toda la madera que hay cortada en los bosques debe ser conducida enseguida a los aserraderos. Hablaré con el doctor Simpson esta misma tarde. Van a echarte de menos los muchachos. Tenemos una buena preparada. Si encontramos a los hombres de Ronald les dejaremos con los huesos rotos.

—¡Cállate o soy capaz de levantarme!

—Eso no —rio el capataz.

Le golpeó cariñoso en el hombro y abandonó la vivienda.

Mientras, Clyde y Donald Aberdeen, capataz del equipo de Ronald Parma, visitaban al sheriff en su oficina.

—¿Te has vuelto loco? —exclamó el de la placa, al ver a Clyde—. Márchate antes que los hombres de Geoffrey vengan por aquí.

—Tranquilízate, Lander. Pedí a Donald que me acompañara para ver qué hay de cierto sobre esos comentarios que se hacen. Hemos venido a buscarte para que nos acompañes al banco. Parece ser que intentan bloquear mi cuenta corriente.

—¿Quién ha dicho eso?

—Uno de nuestros compañeros lo oyó anoche aquí, en la ciudad.

Abandonó su asiento el de la placa.

Inmediatamente, marcharon los tres al banco.

Cruzaban tranquilamente la calle principal cuando oyeron decir cerca de ellos:

—¡Eh, mira quién va ahí! ¡Si es el gigante del barco!

Se volvió con naturalidad Clyde.

—¿Te acuerdas de nosotros, amigo?

—Sí, sois los que pretendisteis abusar de la hija del gobernador. Creí que aún continuaríais encerrados.

—¿La hija del gobernador?

—Sí, aquella muchacha es la hija del gobernador. Son los hombres de quien te hablé, Lander.

Pusiéronse nerviosos al fijarse en la placa que este llevaba sobre su pecho.

—No haga caso a ese cobarde, sheriff… ¡Por su culpa nos obligaron a abandonar el Fraser en The Dalles, después de haber pagado, como todo el mundo, nuestro pasaje!

Clyde, sin hacerles caso, continuó caminando.

—¡Un momento, sheriff! Como se trata de un asunto personal, lo arreglaremos a nuestro estilo. ¡No huyas, cobarde! ¡Son muchas las millas que hemos recorrido para poder castigarte…! Acabamos de presentar una denuncia contra el capitán Carmangay en la compañía. Nos prometieron estudiar el asunto. Confiamos en que sepan hacer justicia.

—Merecíais que os hubiera colgado. Pediré a la hija del gobernador que visite la compañía.

—No, amigo, aquella no podía ser la hija del gobernador. Sabemos que esa mujer está comprometida con un hijo de los Killdeer. No hubiera consentido el capitán que te hicieras tan «amigo» de ella.



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