La Huachita by José Miguel Varas

La Huachita by José Miguel Varas

autor:José Miguel Varas
La lengua: eng
Format: epub
editor: LOM Editores
publicado: 2012-05-30T00:00:00+00:00


1 Oposición izquierda.

2 Pro Gobierno Militar.

Venidos a menos

Es una calle venida a menos. Mirando al nivel de los ojos no se ve nada de particular: casas viejas, verdulerías derramadas hacia afuera, pequeño comercio, letreros de “arriendo piezas con pensión” o ventanas cerradas con altos postigos cubiertos de tierra. Pero si uno levanta la vista y observa los techos, las ventanas, los balcones de hierro forjado, descubre por todas partes huellas de riqueza pasada y evaporada. En el segundo piso de un almacén centellea un ventanal con vitrales. Una cúpula rematada en un mástil, rematado en una bola y una estrella, corona un caserón de poco frente y gran profundidad donde viven ahora muchas familias pobres a lo largo del corredor central y donde, en los patios tapizados de huevillo, se lava ropa en muchas bateas y se la cuelga a secar en negros alambres donde intenta enroscarse todavía una “flor de la pluma” moribunda. En las paredes descascaradas, junto a balcones con maceteros de cardenales, hay dragones de yeso, angelitos, guirnaldas y escudos.

Las noches son oscuras. Faltan faroles y muchos tienen la ampolleta quebrada. Los ladrones se han llevado, poco a poco, casi todas las planchas de mármol que cubrían las ventanas y casi todos los tiradores de bronce y las aldabas en forma de manito de las puertas. Abundan los perros y en las tardes hay evangélicos predicando en las esquinas, solos.

* * *

En esta calle llegaron a vivir los Nieto.

Don Hernán, el padre, había hecho buenos negocios. Cuando por fin murió su padre, loteó el fundo de la familia y plantó pinos. Vendió bien y rápido, aunque la firma de propiedades que actuó como intermediaria se quedó con un porcentaje muy subido. Intentó luego varias inversiones “modernas”: edificios de departamentos, publicidad comercial, participación en una fábrica textil. Todo era vertiginoso, el dinero se escurría entre los dedos, langosta todos los días, cambiar el auto por el último modelo, cambiar el refrigerador por uno más grande, cambiar el receptor de radio por uno gigantesco con cambia-discos. Pero algo andaba mal, los clientes no respondían bien, letras no descontables, faltaban divisas, ¿qué hacer para la materia prima?, el socio se mostraba desesperado, los obreros exigían y continuamente había que acudir a la cuenta personal. Él se desesperaba a ratos pero luego lo olvidaba: su amiga era hermosa, cantaba para él, lo volvía loco; la instaló en un hotel caro, del centro. Pasaba horas con ella, siempre le llevaba algo: anillos, relojes, medias, sombreros. Llegaba, abría con su llave, se ponía una chaqueta de género delgado con presillas, y la contemplaba. Ella lo besaba, bailaba, bostezaba, encendía la radio, la apagaba y se aburría desesperadamente. Contemplándola él a veces se quedaba dormido.

Finalmente quebró.

Fue un golpe violento, pero luchó. Bajó la cabeza y arremetió. Buscó amigos, crédito, vendió los autos, vendió la quinta de Los Guindos, hipotecó la casa del Barrio Alto, remató, pagó algunas deudas, en fin, se rehízo. Pero la mala suerte lo perseguía. Su amiga huyó a Buenos Aires con un jugador de fútbol.



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