La hermandad de las malas hijas by Vanessa Montfort

La hermandad de las malas hijas by Vanessa Montfort

autor:Vanessa Montfort [Montfort, Vanessa]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Otros
editor: ePubLibre
publicado: 2023-10-26T00:00:00+00:00


RUTH

Las bolas chinas de la abuela

Su madre siempre fue un misterio para ella, pero últimamente se había convertido en un acertijo dentro de un enigma. Eran las ocho de la mañana cuando su móvil vibró con un escalofrío: «Te espero en Santa Eulalia para desayunar…». Se estiró en la cama.

¿Qué sentido tenían unos puntos suspensivos en esa frase?

En el mundo de su madre, ninguno.

Se incorporó, tiró del móvil para desprenderlo del cargador como si fuera un cordón umbilical. Contempló el bulto en el que últimamente se había convertido su marido. Este solo gruñó un «¿te levantas ya?», y se dio media vuelta. Ruth odiaba que le hiciera preguntas retóricas. Porque no eran una invitación a hablar. Porque no necesitaban respuesta.

¿Qué sentido tenía un «buenos días» o un beso para empezar con buen pie la mañana?

En el mundo de Teo, ninguno.

De hecho, por seguir con su tradición de rebautizar gente y como últimamente solo lo veía dormido, decidió que hasta que volviera a su antigua forma lo llamaría «el bulto».

Buscó a tientas sus zapatillas de felpa con las puntas de los pies y calculó el tiempo que le llevaría dejar desayunados a los niños y esperar con ellos al autobús. Después escribió a su madre: «No podré estar allí antes de las 9.30 y a las 10.30 tengo la primera consulta». Pulsó enviar. Antes de entrar en la ducha ya había recibido respuesta: «Pues entonces vente a las 9».

No, no la escuchaba. Nunca lo haría.

Reflejada en el espejo del baño, contempló su boca pequeña y perfilada, luego su cuerpo desnudo. Le seguía pareciendo bonito. Las tetas que una vez le disgustaron por pequeñas ahora soportaban estoicamente el peso de los años y la gravedad. La cintura le había crecido un poco con los dos embarazos, pero aquella tripilla le daba personalidad. Estaba haciendo un gran trabajo para enamorarse de sí misma, se felicitó, y se ató la melena rubia en una coletita que sentía que le otorgaba cierta sobriedad en las terapias. Cuando su imagen ya empezaba a nublarse como un pequeño y blanco fantasma, se envió un beso volado y escribió sobre el cristal: «Buenos días, Ruth, sonríe». Como se trataba de hacerse caso, se dedicó una sonrisa luminosa. Estaba demostrado que el gesto de sonreír, aunque fuera sin ganas, activaba los músculos de la cara y enviaba un mensaje al cerebro para que pusiera en marcha las hormonas de la felicidad. Una vez se encontrara con su madre para escucharla, como siempre, sabría si era cierto o una mamarrachada.



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