La guerra de las Dos Rosas by Conn Iggulden

La guerra de las Dos Rosas by Conn Iggulden

autor:Conn Iggulden [Conn Iggulden]
La lengua: spa
Format: epub, mobi
Tags: Ficción Moderna
ISBN: 9788416634101
editor: Duomo ediciones
publicado: 2016-03-13T23:00:00+00:00


* * *

Thomas gimió y rápidamente empezó a sentir que se asfixiaba cuando una mano grande le tapó la boca y la nariz. Luchó contra aquel peso y le retorció los dedos hasta que su propietario hizo un bufido de dolor. Justo antes de que los dedos de la mano crujieran, la presión se aflojó y Thomas se quedó jadeando en busca de aire a la luz del amanecer. La mente se le despejó y sintió vergüenza al distinguir la figura de su hijo sentado a su lado en la penumbra. Rowan tenía una expresión furiosa mientras se frotaba la mano dolorida. Ahora Thomas estaba lo bastante consciente como para mantenerse en silencio. Vio a su hijo inclinar los ojos y la cabeza indicándole que se acercaba alguien.

Presa del pánico, Thomas sintió ganas de vomitar, un último síntoma de la fiebre que se había apoderado de él cruelmente y que lo había dejado debilitado como un trapo sucio. Lo último que recordaba era que su hijo lo había llevado a rastras por un campo, bajo la luz de la luna.

La fiebre le había bajado, Thomas lo podía percibir. El calor terrible que le secaba la boca y le provocaba dolor en todas las articulaciones había desaparecido. Sintió el vómito en la garganta y tuvo que usar las dos manos para cerrar la boca, presionando con fuerza mientras el mundo le daba vueltas y se sentía al borde del desmayo. Sentía las manos como trozos de carne fría sobre la cara.

Rowan se puso tenso por sus gruñidos y toses. El joven espió a través de las rendijas del granero a quien fuera que anduviera merodeando en el exterior, pero no veía casi nada. En tiempos más pacíficos, no habría sido nada más raro que los chicos de la granja levantándose para la jornada de trabajo, pero ahora hacía muchos días desde la última vez que los arqueros encontraron una granja que no estuviera abandonada. Los caminos que llevaban al norte se habían llenado con una nueva oleada de refugiados, pero esta vez no había ninguna excusa, nada de conversaciones de tregua ni de tratos pactados en privado. Rowan sabía que él y su padre ya habían cruzado la frontera de Normandía, aunque ya hacía mucho que no se atrevían a cruzar un camino principal y a quitar el musgo de los mojones. Ruán quedaba en algún lugar del norte, eso era lo único que Rowan sabía. Más allá de esa ciudad, Calais, el puerto más dinámico de Francia, seguiría allí.

Con el polvo y los excrementos secos de los pollos, Thomas no podía evitar los espasmos en su estómago vacío. Intentaba reprimir el sonido con las manos sucias de tierra, pero le resultaba imposible guardar un silencio absoluto. Rowan se paralizó al oír una tabla que crujía por allí cerca. No había oído a nadie entrar en el granero y no parecía necesario ser prudente. Los soldados franceses que marchaban hacia el norte confiaban ruidosamente en la fuerza de su propio ejército;



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