La Flecha Negra (il. N. C. Wyeth; trad. Fco. Torres Oliver) by Robert Louis Stevenson

La Flecha Negra (il. N. C. Wyeth; trad. Fco. Torres Oliver) by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson [Stevenson, Robert Louis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 1888-03-01T00:00:00+00:00


Capítulo IV

EL BUENA ESPERANZA

Una hora más tarde, Dick estaba de vuelta en «La cabra y la gaita», desayunando y recibiendo información de sus mensajeros y centinelas. Duckworth seguía ausente de Shoreby; cosa que sucedía a menudo, ya que desempeñaba muchas funciones en la política, compartía muchos intereses y dirigía muchos asuntos. Había creado esta comunidad de la Flecha Negra como personaje arruinado ansioso de venganza y de dinero; y no obstante, entre los que lo conocían bien, era considerado agente y emisario del gran artífice de reyes ingleses, Richard, conde de Warwick.

En su ausencia, en todo caso, la dirección de los asuntos de Shoreby recaía en Richard Shelton; y mientras comía, el cerebro le bullía de preocupaciones, y su semblante reflejaba un profundo ensimismamiento. Había quedado decidido, entre él y lord Foxham, intentar un golpe audaz esa noche, y liberar a Joanna por la fuerza. Los obstáculos, sin embargo, eran numerosos; y sus exploradores, a medida que llegaban uno tras otro, le iban dando nuevas cada vez más preocupantes.

La escaramuza de la noche anterior había puesto en alarma a sir Daniel. Había reforzado la guarnición de la casa del jardín; pero no contento con eso, había apostado jinetes en todos los caminos vecinos, de manera que pudiesen alertar inmediatamente de cualquier movimiento. Entretanto, en el patio de la mansión, los caballos permanecían ensillados; y los jinetes, armados de pies a cabeza, aguardaban la orden de montar.

La empresa de la noche parecía cada vez de más difícil ejecución, hasta que de repente a Dick se le iluminó la cara.

—¡Lawless! —exclamó—; tú que has sido marinero: ¿podrías robar un barco?

—Amo Dick —replicó Lawless—, si me respaldáis, soy capaz de robar el monasterio de York.

Poco después salieron los dos y bajaron al puerto. Era una ensenada amplia, situada entre cerros arenosos y rodeada de acumulaciones de arena, maderos viejos y podridos, y ruinosas viviendas de suburbio. Había multitud de barcos con cubierta y botes abiertos fondeados y varados en la playa. Una larga racha de mal tiempo les había obligado a buscar refugio; y la gran formación de nubes negras y las frías turbonadas que se sucedían sin cesar, unas veces de nieve seca, otras meras fugadas de viento, no auguraban que fuese a mejorar, sino más bien amenazaban con desencadenar un temporal mucho más fuerte de un momento a otro.

Los marineros, en vista del frío y el viento, habían optado por regresar a tierra en su mayoría, y ahora cantaban y atronaban las tabernas de la playa. Muchas embarcaciones cabeceaban peligrosamente sobre el ancla; y a medida que transcurría el día, sin que el tiempo diera la menor señal de aclarar, su número iba en aumento. Fueron estos barcos, y en especial los fondeados más afuera, los que atrajeron el interés de Lawless. Mientras, Dick, sentado en un ancla medio enterrada en la arena y escuchando, ora el fragor tremendo y ominoso del oleaje, ora el canto ronco de los marineros en la vecina taberna, no tardó en abstraerse de su entorno y de sus preocupaciones, al venirle al pensamiento la feliz promesa de lord Foxham.



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