La flecha negra by Robert Louis Stevenson

autor:Robert Louis Stevenson [Stevenson, Robert Louis]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 1883-01-01T05:00:00+00:00

II

Una escaramuza en la oscuridad

Totalmente empapados, muertos de frío, los dos aventureros regresaron a su posición entre los matorrales.

—¡Quiera el cielo que Capper se dé prisa! —dijo Dick—. ¡Prometo una vela a santa María de Shoreby si llega antes de una hora!

—¿Tenéis prisa, master Dick? —preguntó Greensheve.

—Ah, buen amigo —contestó Dick—, en esa casa está mi dama, a la que amo. Y ¿quiénes serán estos que de noche la rodean en silencio? ¡Enemigos, seguro!

—Bueno —dijo Greensheve—, si John regresa pronto, daremos buena cuenta de ellos. Fuera no hay ni dos veintenas, a juzgar por lo espaciados que están sus centinelas; y cogidos donde están, tan separados, una veintena de hombres los dispersarían como si fueran gorriones. Y además, si ella ya está en poder de sir Daniel, poco importa que pase a poder de otro. ¿De quién serán esos hombres?

—Sospecho que de lord Shoreby —contestó Dick—. ¿Cuándo han llegado?

—Han empezado a llegar —dijo Greensheve— cuando saltabais al otro lado del muro. Apenas llevaba un minuto allí cuando he visto que los primeros arribaban arrastrándose.

La última luz ya se había extinguido en la casa cuando ellos se hallaban vadeando cerca de las olas, y resultaba imposible predecir en qué momento efectuarían su asalto los hombres que acechaban en torno al muro del jardín. De dos males, Dick prefería el menor. Prefería que Joanna siguiera bajo la tutela de sir Daniel a que pasara a las garras de lord Shoreby; y estaba decidido, si la casa era asaltada, a acudir en auxilio de los sitiados.

Pero el tiempo fue pasando y no ocurría nada. Cada cuarto de hora la misma señal daba la vuelta al jardín, como si el jefe quisiera asegurarse de la vigilancia de sus esparcidos seguidores; pero, en todo lo demás, los alrededores de la casa permanecían tranquilos.

Al poco rato comenzaron a llegar los refuerzos de Dick. La noche no había avanzado aún mucho cuando casi una veintena de hombres se encontraban agazapados a su lado.

Separándolos en dos grupos, tomó el mando del más reducido de los dos, y puso el otro bajo las órdenes de Greensheve.

—Ahora, Kit —le dijo a este—, lleva a tus hombres al ángulo del muro que da a la playa; apóstalos allí y aguardad a oír cómo me lanzo sobre los del otro lado. Hay que derrotar a los que están más cerca del mar, pues es seguro que su jefe está entre ellos. Los demás echarán a correr; dejadles huir. Y ahora, muchachos, que nadie use las flechas, pues heriríais a vuestros compañeros. Emplead el acero y nada más que el acero. Si tenemos éxito, prometo que cuando reciba mi herencia os premiaré con un escudo de oro a cada uno.

De aquella extraña amalgama de hombres arruinados, ladrones, asesinos y campesinos desposeídos de sus tierras, reunidos todos ellos por Duckworth para llevar a cabo su venganza, algunos de los más atrevidos y de mayor experiencia bélica se habían presentado voluntarios para seguir a Richard Shelton. La tarea de vigilar los movimientos de sir Daniel

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