La Extraña Hermanita by Barbara Cartland

La Extraña Hermanita by Barbara Cartland

autor:Barbara Cartland
La lengua: spa
Format: epub
editor: Barbara Cartland Ebooks ltd


CAPÍTULO VIII

Mientras daba vueltas en su cama, en la oscuridad, Arabella recorrió con la memoria todo lo que había sucedido durante la noche, paso a paso, palabra por palabra. Por fin llegó a la conclusión de que sería un error advertir al Marqués, después de escuchar la conversación entre el Caballero Jack y la señorita Harrison.

Era evidente, pensando las cosas con más calma, que el Marqués estaría a salvo mientras permaneciera en el Castillo y en tanto no se enfrentara al Caballero Jack.

Resultaba difícil suponer que un bandido como aquél respetara algún código de honor o de decencia; pero había jurado que él no mataba a nadie a sangre fría, sobre todo en presencia de otro. Arabella rogaba que así fuera en verdad.

La dificultad inmediata estribaba ahora en planear la forma de evitar que el Marqués se fuera a Londres con el Lord Magistrado.

Estaba convencida de que de confiarle la verdad y a pesar de suplicar que se quedara, él no lo haría. Sentiría como su obligación el enfrentarse al Caballero Jack y hasta creería, con infundado optimismo, que su servidum-* bre más antigua, lo apoyaría a combatir a los malhechores.

Por desgracia, pensaba Arabella con tristeza, él se había ausentado demasiado tiempo de su casa y aunque quienes lo servían quisieran ser leales a su amo, la amenaza sobre la vida de sus familiares resultaría más fuerte que su espíritu de lealtad.

El Caballero Jack había sido muy astuto al encontrar el punto vulnerable de cada sirviente para someterlo a su voluntad. Había amenazado al ser más amado de cada uno de ellos y todos se habían inclinado ante él tratando de evitar su venganza.

Pero, por más que Arabella cavilara, no encontraba una excusa convincente para impedir que el Marqués se fuera del Castillo. Y aquí se enfrentaba de nuevo a la traición. El lacayo que traería el mensaje ordenando su presencia en Londres y el ayudante de las caballerizas que mentiría sobre la rueda torcida también participaban del complot.

Era una maraña que parecía tener un número interminable de complicaciones, que resultaban más aterradoras cuanto más se profundizaba en ellas.

Había amanecido antes que Arabella decidiera lo que haría.

Se levantó, se vistió y salió de su dormitorio. Encontró a George en el pasillo. Llevaba en una bandeja la vajilla y los cubiertos para el desayuno.

—Buenos días, señorita Arabella— saludó con voz alegre.

—Buenos días, George— contestó ella—. ¿Sabes a qué hora se va el Lord Magistrado para Londres?

—¿Quiere darle un besito de despedida?— preguntó el lacayo con su acostumbrada desfachatez—, bueno, va a desayunar a las ocho y media y pidió su carruaje para las nueve y media.

—Gracias, George— dijo Arabella.

Se dirigió a toda prisa al salón de clases. Encontró a Beulah ya despierta, sentada en su cama, jugando con sus gatitos, como de costumbre. La vistió y la tenía ya lista cuando Rose llegó a despertarla.

—Yo vestí a Lady Beulah— explicó a la doncella—, porque saldremos temprano al jardín.

—Me parece muy bien. ¿Se despedirán de Su Señoria el Marqués? — preguntó Rose—. Acabamos de saber que viaja a Londres.



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