La edad de oro by John C. Wright

La edad de oro by John C. Wright

autor:John C. Wright [Wright, John C.]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia ficción
editor: ePubLibre
publicado: 2002-01-12T00:00:00+00:00


14 - Las puertas doradas

¿Vacilaba por cobardía o por prudencia? Sentía el impulso de correr a la agencia Caritativa más próxima y arrojarse a sus pies, rogando, sollozando, accediendo al instante a cualquier cosa que se requiriese para recobrar a su esposa de su espantoso exilio, su muerte viviente de engaño constante.

También sentía el impulso, más cauto, de profundizar en su investigación.

La Composición Caritativa no había mentido. En el presente muy pocas personas intentaban mentir, aparte de los neptunianos; era demasiado fácil ser sorprendido por sofotecs omniscientes, demasiado fácil que los hombres honestos confirmaran sus declaraciones mediante la exhibición pública de sus registros mentales. Pero la gente podía equivocarse, o incurrir en juicios exagerados (aunque sinceros) de valor relativo. La Composición Caritativa podía juzgar que algo era «difícil» o «imposible» cuando no lo era.

¿Era imposible que Faetón despertara a su esposa atrapada en el paisaje onírico? ¿Imposible? Tenía que estar seguro. Tenía que verificarlo por su cuenta.

Faetón tendió la mano hacia el disco amarillo, el icono que flotaba en el cristal de la superficie de la mesa, el canal de comunicaciones. Le llevaría sólo un momento telepresentarse ante el sofotec Estrella Vespertina, que tenía a su cargo el cuerpo de su esposa. Pero no deseaba que lo observaran más; estas intrusiones en su vida comenzaban a fastidiarlo. Mientras tendía una mano, gesticuló con la otra para cerrar la ventana del balcón. Un panel cubrió el paisaje, y los sonidos, luces y movimientos del exterior se extinguieron.

Faetón se sobresaltó. De pronto reinaba un silencio total y absoluto. Los paneles no se habían deslizado ni movido para cerrarse; habían aparecido súbitamente. No había señales, susurros ni ruidos más allá de los paneles, como los que habría provisto una escena Gris Plata, para mantener la ilusión de tres dimensiones y de coherencia de los objetos. La mano de Faetón estaba cerca de la mesa. Aún vacilaba.

—Radamanto, ¿por qué vacilo? ¿Qué estoy pensando? —Hizo la pregunta en voz alta, sin recordar que estaba desconectado del sistema radamantino. (Si hubiera estado conectado, no lo habría olvidado ni siquiera un instante.) Sobre la mesa había un icono que representaba un circuito de autoanálisis noético. Era un modelo tosco y anticuado, que se había desactualizado meses o semanas atrás. Pero Faetón pensó que si podía limpiar manualmente una habitación, podía limpiar manualmente su sistema nervioso, eliminando las inadaptaciones emocionales.

Tocó el icono. Otra ventana más pequeña, semejante a la tabla de una mesa, se abrió en el aire a su izquierda. La nueva ventana estaba iluminada con los colores, puntos y esquemas de la iconografía psicométrica estándar. Vio que sus niveles de tensión eran elevados; la pesadumbre y el resentimiento hervían como fuego en una mina de carbón, justo bajo la superficie de sus pensamientos; y la tentación de ceder a la propuesta Caritativa, de que alguien o algo le resolviera los problemas, era muy intensa.

El índice de asociaciones emocionales inmediatas presentaba una imagen de la consciencia onírica de su hipotálamo. Tocó la superficie de la ventana, la atravesó, abrió el índice y miró la lista de imágenes.



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