La disciplina de Penelope by Gianrico Carofiglio

La disciplina de Penelope by Gianrico Carofiglio

autor:Gianrico Carofiglio [Carofiglio, Gianrico]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Policial
editor: ePubLibre
publicado: 2021-01-01T00:00:00+00:00


9

Dejé pasar un par de días. Pensaba en lo que sabía de Giuliana —poquísimo— y me preguntaba qué hacer. Revisé de nuevo las actas de la memoria USB que me había dado Rossi. Aurora y Valentina no habían declarado y tampoco figuraban entre los contactos que aparecían en el registro telefónico.

Era extraño, pero eso no quería decir que no hubieran hablado o intercambiado mensajes. Observé varias veces las dos fotos de Giuliana como buscando una respuesta, tal vez solo una hipótesis, en aquella expresión descarada y un poco ausente o, cuando menos, distante. No encontré hipótesis y, menos aún, respuestas.

Al final decidí que lo único que podía hacer, lo único que tenía un mínimo de sentido, era intentar hablar con las dos mujeres. Rossi me había dado el nombre de la boutique de Aurora: Cynique. Encontré la dirección en Google —estaba en la calle Stendhal— y me dirigí hacia allí.

El sitio —sin duda, fruto del carísimo trabajo de algún arquitecto— era una especie de epítome del estilo. Los marcos eran de acero corten, el suelo de parqué muy oscuro y las paredes estaban revestidas de una resina industrial de color añil claro. Junto a la entrada había una enorme maceta con amarilis rojos y pensé fugazmente que aquellas flores contenían un alcaloide bastante venenoso. El espacio central de la boutique lo ocupaba un mostrador de madera con una larga vitrina que contenía joyas de lo más extravagantes. Las prendas de ropa estaban dispuestas en los dos lados largos de la sala, los zapatos en el suelo y los bolsos colgados de la pared, entre la ropa. Un rincón albergaba una pequeña zona de libros ilustrados.

Se me acercó, la mar de sonriente, una señora muy acorde con el local. Vestía vaqueros, jersey de cachemira con hilos dorados y botines azul petróleo hasta el tobillo. En su rostro —sobre todo pómulos y labios— había trabajado muy probablemente, aunque sin excesos, un buen cirujano plástico. No llevaba joyas como las que se exponían en el mostrador, solo un valioso anillo de oro con una piedra preciosa verde de un buen tamaño, por cierto. Me pregunté si sería una esmeralda auténtica: si lo era, yo no iría en metro con un objeto así a última hora de la tarde.

—¿Es usted la señora Aurora?

—¿Sí? —respondió, con una discreta nota de alarma en la voz.

No tuve la sensación de que se pareciese mucho a la chica de las fotos, aunque a mí nunca se me ha dado muy bien reconocer a las personas a partir de las imágenes. Quienes saben hacerlo siempre me dejan perpleja, a veces estupefacta. Es un talento que no solo no poseo, sino que ni siquiera alcanzo a comprender. En el cuerpo de carabinieri había un subteniente —lo conocí poco antes de que se jubilase— famoso por ser capaz de identificar a cualquier persona a partir de una foto antigua de tamaño carné. De joven había trabajado en la división antiterrorista del general Dalla Chiesa y, gracias a ese talento especial que tenía, lo destinaban a las vigilancias e investigaciones más delicadas.



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