La decadencia del ingenio by Jaime Rubio

La decadencia del ingenio by Jaime Rubio

autor:Jaime Rubio [Rubio, Jaime]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Humor
publicado: 2009-09-20T22:00:00+00:00


De seis a nueve

Acerca de la llegada a casa y de las prisas de Noelia y de mi padre

El apartamento estaba lleno de polvo. Todo gris. Dos dedos de porquería encima de muebles y suelo.

—Disculpa, hace años que no venimos —dijo mi padre—, buf, me siento como un extraño hablando contigo. Cuánto has crecido.

—Ay, sí, mi pequeñín es todo un hombretón, ¿a que es un hombretón? Grande y fuertote.

Ay, sí, ya casi, y digo casi, había olvidado los arrumacos de Noelia. Sentí cierta vergüenza ajena, pero se me pasó en cuanto me abrazó. Porque casi, y digo casi, había olvidado sus redondas y mullidas tetas.

Cielos, menudo infierno me habían hecho pasar mis abuelos.

El caso es que fui a mi habitación, cogí un trapo, quité como pude parte del polvo que había sobre el colchón y, después de estornudar un par de veces, me puse a dormir.

Había sido un viaje muy largo. Tres años.

Recordé el discurso de despedida de Roca, en un bar de carretera de la frontera española, frente a lo que quedaba de su orquesta. O sea, Lozano y la soprano húngara.

—No sé cómo —dijo—, pero esta gira que iba para tres meses, se ha alargado hasta los tres años. Y no me quejo. Mi bolsillo tam…

—¿Tres meses? —Le interrumpió Lozano—. Entendí tres años. Por eso… Claro… ¿Por qué no me avisó nadie? Si me lo hubieran dicho…

Cuando desperté, la casa ya estaba más limpia. No del todo, pero en alguna de las habitaciones se podía incluso respirar.

Noelia y mi padre se estaban tomando un descanso, bebiendo una lata de cerveza. Vi que mi padre lucía un tatuaje carcelero en el antebrazo. Un corazón. Y en el centro, una banda con la frase: “Amor de preso”. Preferí no preguntar.

—Bueno —dijo él—, lo primero es ocuparnos del pequeñín. Ya queda poco tiempo.

—Sí, seis años nada menos. Estoy en el ecuador de mi vida. De todas formas, me parece un comentario desagradable.

—Mira, si habla y todo. Lo que me he perdido en la cárcel, qué lástima.

—Y ha dicho Ecuador, que está al lado de mi país.

—Claro, como no te puede llamar mamá, dice Ecuador. Di Perú. Peeeee-rú

—Peee-rúuuu. Noelia le costará. Di Nola. Noooo-laaaaa.

Suspiré. Mi padre prosiguió:

—Digo que queda poco para escogerte una buena escuela. No puedes ir a cualquier sitio. No te llevaré a uno de esos colegios donde pegan a los profesores y violan a las profesoras. Claro que sin trabajo no sé cómo voy a pagar otra cosa.

—Ah, eso. No es necesario. No me hace falta.

—Sí que te hace falta.

La verdad era que sí me hacía falta. Desde su punto de vista, claro. Conservaba mis facultades al pleno. Me sentía joven, ágil, blandito y despierto. Los adultos necesitaban someterme y qué mejor que la escuela para eso.

Durante los siguientes veintitantos días, mi padre y Noelia estuvieron dando tumbos por Barcelona en busca de un colegio que me diera lo que ellos llamaban “una educación por encima de la media”, lo que venía a querer decir que, al considerarme un tipo inteligente y resistente, necesitaban aplicarme correctivos más duros de lo normal.



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