La copa de Verlaine by Emilio Carrère

La copa de Verlaine by Emilio Carrère

autor:Emilio Carrère [Carrère, Emilio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Relato, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1918-01-01T00:00:00+00:00


Nuestro amigo el alquimista

NUESTRO amigo Aclayar es alquimista. No posee un laboratorio misterioso con retortas, ni usa túnica ni caperuza, como los nigromantes remotos. La alquimia se ha modernizado. Ya no quiere fabricar el oro; más modesta, se conforma con elaborar pesetas sevillanas, precioso metal en este reino de la calderilla. En lugar de arrojar materias químicas al hornillo infernal, hace números en una tarjeta, invocando a Butatar, que es la deidad del cálculo.

Nuestro amigo ha escrito un libro para ganar infaliblemente a los juegos de azar. Nosotros le decimos que todo martingala se reduce a una combinación para perder con método. El alquimista sonríe: —El azar no es una cosa diabólica. El ingenio humano puede vencer a esa diosa meretriz que se llama la Fortuna.

El alquimista tiene una llamita de ilusión en sus ojos, rojos de tejer y destejer las cifras: siniestra tela de Penélope que ha servido de sudario a tantos soñadores del número. Las matemáticas tienen tanta poesía como un bello soneto. Aclayar es un poeta del cálculo de probabilidades, un estoico de la ruleta y de sus malas artes de hembra caprichosa, un apóstol del martingala.

Ahora que se alzan en España incontables capillas del Azar, no me negaréis que mi alquimista es un personaje de actualidad. Él cree poseer el secreto para hacer oro, y este rico metal piensa extraerlo de la rueda diabólica, y como testimonio, ha escrito un curioso volumen. Yo prefiero esta lectura a otro volumen de rimas, chirles o a una novelita de Biblioteca Patria. Tiene ciertamente, más poesía y más palpitación espiritual, aunque nuestro alquimista se equivoque, lo mismo que fracasaron sus predecesores en la busca del oro.

Un hombre de pasiones y de imaginación no puede resignarse con la pobreza o con un pasar ramplón y cotidiano. Hay que ahuyentar al lívido y desarrapado espectro de la necesidad. Hay que buscar la llave mágica que abre los tesoros de la vida: la espada bruja que decapite al dragón de la miseria. Y este talismán impreciado es el oro.

Un hombre pasional e imaginativo ama a las bellas mujeres, los viajes por las tierras fabulosas y lejanas, las obras de arte, los libros inmortales. Y sueña con conquistar el oro, que es la palabra misteriosa que abre todos los paraísos y da la serenidad de espíritu necesaria para la contemplación de lo bello. La pobreza amarga el amor, el arte no es buen camarada de la necesidad, a pesar de que se dice que el hambre aguza el ingenio.

Además, nuestro alquimista sueña con obtener ganancias fabulosas que le permitan suprimir, en torno suyo, el dolor social.

Comprende que el dinero, en los contratos humanos, es el espíritu del mal. Un filántropo rico e inteligente como él sería un nivelador. Repartiría los billetes de los grandes casinos entre los pobres, los fracasados, los parias de la injusticia de esta sociedad farisea y anticristiana. Este ideal altruista merece nuestros plácemes. El dinero del juego está amasado con dolor, con sangre, con toda la turbia gama del delito.



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