La clase de griego by Kang Han

La clase de griego by Kang Han

autor:Kang Han [Han, Kang]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Romántico
editor: ePubLibre
publicado: 2011-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Su vida diaria era muy simple.

Lavaba sin demora las escasas prendas negras que usaba en cada temporada, compraba la cantidad mínima de alimentos que necesitaba en las tiendas cercanas, se preparaba comidas sencillas e, inmediatamente después de comer, fregaba los platos. En las horas diurnas en que no hacía ninguna de estas tareas básicas, se sentaba en el sofá del salón a mirar los gruesos troncos y las ramas verdes de los árboles. La casa se quedaba completamente a oscuras antes de que cayera la tarde. Cuando se ennegrecían las siluetas de los árboles, ella salía de la casa, atravesaba el complejo de apartamentos donde comenzaba a cernirse el ocaso, cruzaba el paso de cebra con el semáforo en verde que enseguida se ponía a parpadear, y continuaba andando sin parar.

Caminaba hasta quedar exhausta, hasta no sentir la quietud de la casa a la que tenía que volver, hasta que se quedaba sin fuerzas para mirar los árboles negros, las cortinas negras, el sofá negro y las cajas negras de Lego, hasta que caía rendida en el sofá embargada por el sueño y se quedaba dormida sin ducharse ni taparse con una manta. Lo hacía para no despertarse en plena noche por una pesadilla, para no desvelarse y dar vueltas en la cama hasta el amanecer, para no invocar obstinadamente los recuerdos como cristales rotos durante las vívidas horas de la madrugada.

Los jueves que tenía clase de griego cogía su bolso y salía de casa temprano. Se bajaba del autobús varias paradas antes de llegar a la academia y caminaba por las calles soportando el calor de la tarde que emanaba del asfalto. Antes de entrar en las sombras del edificio, notaba todo su cuerpo empapado en sudor.

Un día, cuando se dirigía al primer piso, vio al profesor de griego subiendo por las escaleras. A fin de pasar inadvertida, ella se paró y acalló su respiración tratando de no hacer ruido, pero él sintió su presencia y se giró sonriendo. Su sonrisa traslucía a la vez familiaridad y una torpe timidez, como dando a entender que había pensado en saludarla pero se había contenido de hacerlo. Enseguida se puso serio, como disculpándose por haber sonreído.

Después de aquel día, cuando se encontraban en las escaleras o en los pasillos, él se limitaba a saludarla vagamente con los ojos en lugar de sonreírle. Luego, avanzando casi al mismo paso, él se dirigía hacia la puerta delantera y ella hacia la puerta posterior del aula, y entraban casi al mismo tiempo en la clase aún vacía. Caminaban encorvados de un modo parecido, con sus grandes bolsos colgando del hombro, serenamente conscientes de la presencia del otro.



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