La casa de modas: Precuela by Julia Kröhn

La casa de modas: Precuela by Julia Kröhn

autor:Julia Kröhn [Kröhn, Julia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-12-02T16:00:00+00:00


* * *

Esa pequeña Elise soy yo. Henriette y Jan —el único padre que he conocido— fueron felices juntos, aunque cuando teje la fortuna el destino a veces es tan torpe como yo. Hubo muchos puntos que se perdieron y se produjeron por tanto agujeros por los que se precipitaron sueños y deseos incumplidos de ambos.

Mi padre tuvo que asistir a la desestimación de una Constitución basada en los derechos fundamentales del pueblo alemán, vio cómo los alzamientos eran reprimidos uno por uno y los cabecillas eran arrestados y ejecutados hasta que finalmente la revolución se sofocó por completo. Aun así, no abandonó la esperanza. Él comparaba aquella revolución con un árbol. A él le habría gustado recoger manzanas maduras, pero, en su lugar, tuvo que ver caer al suelo la fruta verde, y eso le dolió. Pero eso no significaba que las manzanas se echaran a perder. «De más de una, las semillas darán árboles nuevos, y estos llevarán los frutos de la libertad», afirmaba. Cuando volvió a trabajar como maestro, demostró siempre ser un jardinero laborioso dispuesto a preparar el suelo más fértil posible para esas semillas.

Tampoco los sueños de mi madre se hicieron nunca realidad. Siguió trabajando de cosedora, haciendo vestidos en las casas de los ricos. Nunca trabajó en un taller propio, ni abrió un negocio en el que no se vendiera otra cosa más que ropa. De hecho, no sé si en el transcurso de su vida llegó a existir ese tipo de establecimiento. En todo caso, su sueño también fue un árbol o, por lo menos, las raíces que lo alimentaron permitieron que en algún momento las ramas pudieran tenderse hacia lo alto. De hecho, no fue la única de la familia con la pasión de diseñar vestidos.

¡Oh, no! ¡No me refiero a mí! Yo era tan mala cosiendo como tejiendo. En qué soy realmente buena, aún hoy no lo sé con certeza, tal vez sea destilando mi receta secreta de aguardiente, que vendía a escondidas en la tienda de mi marido, que era boticario. Tampoco me refiero a mis hijas: una solo llegó a ser corsetière, no modista, y la otra se interesó más por los sombreros bonitos que por los vestidos bonitos.

Me refería a mi nieta Fanny, que ya de pequeña empezó a coserle unos vestidos bonitos a su muñeca, mientras que yo a su edad me limitaba a envolver a mi muñeca en un chal rojo.

Este chal que menciono me lo regaló Jan el día en que se casó con mi madre. Yo me negaba a vestirme como ella, con un vestido blanco y aburrido (por cierto, a ella el blanco no le parecía aburrido, sino escandaloso y ella misma se sentía tremendamente valiente). Sea como fuera, de haber dependido solo de mí, me habría bastado con la tira de tela que en su momento había formado parte de la banda de Jan, pero él dijo que en un día como aquel al menos un chal tenía que ser de seda.

Fanny heredó de mi madre el amor por la costura y el diseño; y de mí, este chal.



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