La casa de la noche 1. Marcada by Kristin Cast

La casa de la noche 1. Marcada by Kristin Cast

autor:Kristin Cast
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2023-01-25T09:33:36+00:00


17

Temblorosa, me limpié la boca con el dorso de la mano y luego me alejé a trompicones de donde estaba el vómito (me negué a pensar en lo que habría vomitado y el aspecto que tendría) hasta que llegué a un enorme roble que había crecido tan cerca del muro que la mitad de sus ramas colgaban hacia el otro lado. Me apoyé contra él, concentrándome en no ponerme mala de nuevo.

¿Qué había hecho? ¿Qué es lo que me ocurría?

Entonces, de algún lugar entre las ramas del roble, oí un maullido. Bueno, no era en realidad el típico maullido de gato normal. Era más como un malhumorado mi-a-uf-mi-a-uf-bufido.

Levanté la mirada. Encaramada sobre una rama que descansaba sobre el muro había una pequeña gata anaranjada. Me miraba con sus ojos enormes y, desde luego, parecía descontenta.

—¿Cómo has llegado ahí arriba?

—Mi-auf —respondió ella, estornudó y avanzó con lentitud por la rama, en un claro intento de acercarse a mí.

—Bien, vamos, gatita-gatita-gatita —animé.

—Mi-a-uf-au —dijo la gata, arrastrándose hacia delante algo así como la mitad del largo de su pata.

—Eso es, vamos, pequeña. Mueve tus pequeñas patitas por aquí. —Sí, estaba apartando mi enloquecimiento y focalizándolo en salvar a la gata, pero lo cierto es que no podía pensar en lo que acababa de suceder. No ahora. Era demasiado pronto. Demasiado reciente. Así que la gata era una excelente distracción. Además, me resultaba familiar—. Vamos, pequeña, vamos… —Seguí hablándole mientras encajaba la punta de mis zapatos en el duro ladrillo del muro y conseguí alzarme lo suficiente para agarrarme a la parte más baja de la rama sobre la que estaba la gata. Entonces pude usar la rama como si fuera una especie de cuerda para poder subir más alto por el muro, hablándole a la gata todo el tiempo mientras seguía quejándose.

Al fin llegué a su altura. Nos miramos la una a la otra durante un rato largo y comencé a preguntarme si me conocería. ¿Podía adivinar que acababa de probar (y disfrutar) la sangre? ¿Me olía el aliento a vómito de sangre? ¿Parecía diferente? ¿Me habían crecido colmillos? (Sí, esa última pregunta era una estupidez. Los vampyros adultos no tienen colmillos, pero aun así…).

La gata maulló de nuevo y se acercó un poco más. Estiré la mano y le rasqué la cabeza de forma que sus orejas apuntaron hacia abajo y cerró los ojos, ronroneando.

—Pareces una pequeña leona —le dije—. ¿Ves lo bonita que eres cuando no te quejas? —Entonces puse un gesto de sorpresa al darme cuenta de por qué me resultaba tan familiar—. Estabas en mi sueño. —Y una ligera felicidad atravesó el muro del malestar y el miedo en mi interior—. ¡Eres mi gata!

La gata abrió los ojos, bostezó y estornudó otra vez, como haciendo un comentario de por qué había tardado tanto tiempo en darme cuenta. Con un gruñido de esfuerzo, me aupé para sentarme sobre la parte ancha del muro junto a la rama en la que la gata estaba encaramada. Con un suspiro de gatito, saltó



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