La Caja negra by Michael Connelly

La Caja negra by Michael Connelly

autor:Michael Connelly [Connelly, Michael]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Policiaca
ISBN: 9788490063989
editor: RBA
publicado: 2012-12-13T00:00:00+00:00


Leídas estas palabras, Bosch salió de la página web y cerró el ordenador portátil. Ya había tenido bastante por esa noche, y aunque su labor le había acercado mucho a Anneke Jespersen, no le había servido para averiguar qué era lo que la había llevado a Estados Unidos un año después de Tormenta del Desierto. No había ninguna pista que explicara por qué había venido a Los Ángeles. No se intuía ninguna noticia de crímenes de guerra ni nada que sugiriese la posibilidad de un seguimiento, y menos todavía un viaje a Los Ángeles. Fuera lo que fuera lo que Anneke estaba siguiendo, continuaba siendo un misterio para él.

Harry miró su reloj de pulsera. El tiempo había pasado volando. Eran más de las once, y por la mañana tenía que levantarse temprano. El disco había llegado a su final, y ya no sonaba la música, pero ni se había dado cuenta. Su hija se había quedado dormida en el sofá con el libro, y Harry tenía que escoger entre despertarla para que se fuera a la cama o contentarse con cubrirla con una manta sin molestarla.

Bosch se levantó, y sus tendones protestaron al estirarse. Cogió la caja de pizza que estaba en la mesita y, cojeando, se la llevó andando con lentitud a la cocina, donde la dejó sobre el cubo de la basura para tirarla más tarde. Contempló la caja un instante y se regañó en silencio por haber antepuesto una vez más su trabajo a la adecuada nutrición de su hija.

Cuando volvió a la sala de estar, Madeline estaba sentada erguida en el sofá, todavía medio dormida, tapándose la boca con la mano mientras bostezaba.

—Oye, es tarde —dijo Harry—. Es hora de ir a la cama.

—No…

—Vamos. Te acompaño.

Maddie se levantó y se apoyó en él. Bosch le pasó el brazo por los hombros, y echaron a andar por el pasillo en dirección a su dormitorio.

—Mañana tengo que irme pronto otra vez, así que tendrás que arreglarte sola con todo. ¿Te parece?

—No hace falta que me lo preguntes, papá.

—Es que he quedado para desayunar a las siete y media y…

—No hace falta que me des explicaciones.

Al llegar a la puerta de la habitación soltó a su hija y le dio un beso en la cabeza, que olía a champú de granada.

—Sí que hace falta. Te mereces a alguien que se ocupe más de ti. Que esté siempre disponible cuando lo necesites.

—Papá, estoy muy cansada… No quiero hablar de todo eso.

Bosch señaló la sala de estar situada al final del pasillo.

—Voy a decirte una cosa: si fuera capaz de tocar esa canción tan bien como Art Pepper, la tocaría. Y entonces te darías cuenta.

Había ido demasiado lejos en la exhibición de sus sentimientos de culpabilidad.

—¡Ya lo sé! —dijo ella en tono irritado—. Y ahora buenas noches.

Entró en el cuarto y cerró la puerta a sus espaldas.

—Buenas noches, preciosa —dijo Bosch.



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