La caída del dios Urdung by Ralph Barby

La caída del dios Urdung by Ralph Barby

autor:Ralph Barby
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ciencia ficción, Novela
publicado: 1984-05-31T22:00:00+00:00


CAPITULO VII

La cosmonave Espuma, tras reabastecerse en el planeta Medusa, prosiguió su viaje rumbo al lejano planeta Pirois, un planeta desconocido para todos, excepto para Maragda y sus huestes. Tendido en su litera, Raig se recreaba en sueños de vigilia, sueños basados en lo que había visto con sus propios ojos.

Maragda danzaba desnuda entre las llamas que surgían de aquel ojo maldito, y Raig ansiaba ser fuego para lamer aquel cuerpo que tanto le obsesionaba.

No podía decirse que no hubiera tenido contacto con mujeres, incluso con sensuales mutantes, pero Maragda era distinta a todas. Cada parte de su ser era más sensual que cualquiera de las otras mujeres que había conocido, ninguna tenía aquellos pechos fuertes y grandes, turgentes y puntiagudos, de grandes aréolas con larguísimos pezones erectos que invitaban a ser succionados con avidez, como prometiendo deliciosas ambrosías.

Ninguna tenía aquellos cabellos que parecían reclamar ser acariciados por manos expertas, aquellos grandes y brillantes ojos verdes, aquella boca que invitaba a ser besada y que prometía mil caricias excitantes, unos labios que apenas podían ocultar una doble hilera de dientes níveos y uniformes que auguraban sensuales mordidas a la lengua juguetona que se ocultaba tras ellos.

Ninguna mujer tenía aquellas piernas largas y bien torneadas, aquellos muslos tersos, de piel suave, por la que las yemas de los dedos habrían de resbalar acariciantes. Ninguna tenía aquellas caderas tan proporcionadamente redondas, tanto en los lados como en las atrayentes curvas de los glúteos. Ninguna tenía aquel rizado vello pubiano rojizo que parecía brasa viva.

—¡Raig!

Alargó su mano y pulsó el botón que iluminaba la pantalla situada en la pared frente a él, por encima de los pies.

Una de las subordinadas de Maragda se encaró con él, mirándole a través de sus gafas-máscara.

—¿Qué pasa? —preguntó Raig.

—Maragda te espera en el lago del jardín.

Tuvo intención de preguntar, pero prefirió callarse, como si temiera que una sola de sus palabras pudiera desvanecer una maravillosa visión.

Abandonó su camarote y buscó el jardín. No era fácil encontrarlo en aquella cosmonave donde abundaban los corredores en los distintos niveles.

—¿Adónde vas? —preguntó Shadowman, que le salió al paso en uno de los pasillos.

—A estirar las piernas —respondió, evasivo.

—Espera, terrícola.

—¿Qué es lo que he de esperar?

Shadowman no le dejaba pasar, movía sus cuatro brazos.

—Tú tramas algo.

—No seas idiota, Shadowman.

—Tuviste mucha suerte con Blue John al poder vencerlo.

—Sí, tuve suerte; por eso yo estoy vivo y él no.

—Ahora quieres hacerte el héroe con Maragda, aprovechando además que morfológicamente sois muy parecidos.

—Shadowman, no quiero hablar contigo. Aguarda tu ocasión y arriésgate como yo lo hice frente a Blue John. Si quieres aparecer a los ojos de Maragda como un gran guerrero espacial, espera a poder vencer a Urdung para recuperar la piedra que ella reclama.

—Naturalmente que seré yo y nadie más que yo quien recupere la piedra que Maragda desea, y también le ofreceré la cabeza de ese Urdung del que nos ha hablado.

—Pues, si estás tan seguro, no tienes de qué preocuparte.

—Terrícola, yo sé de tu astucia, y lo que tú quieres



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