La brevedad de la Vida by Séneca

La brevedad de la Vida by Séneca

autor:Séneca [Séneca]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Non-fiction
ISBN: 9791029900075
editor: FV Éditions
publicado: 2015-02-02T23:00:00+00:00


XIII

¿Llamarás tú desocupado al que gasta la mayor parte del día en limpiar con cuidadosa solicitud los vasos de Corinto, estimados por la locura de algunos, y en quitar el orín a las mohosas medallas? ¿Al que, sentado en el lugar de las luchas, está mirando las pendencias de los mozos? Porque ya (¡oh grave mal!) no sólo enfermamos con vicios romanos. ¿Al que está apareando los rebaños de sus esclavos, dividiéndolos por edades y colores, y al que banquetea a los que vencen en la lucha? ¿Por qué llamas descansados a aquéllos que pasan muchas horas con el barbero, mientras les corta el pelo que creció la noche pasada, y mientras se hace la consulta sobre cualquiera cabello, y mientras las esparcidas guedejas se vuelven a componer, o se compele a los desviados pelos que de una y otra parte se junten para formar copete? Por cualquier descuido del barbero se enojan como si fueran varones; enfurécense si se les cortó un átomo de sus crines, o si quedó algún cabello fuera de orden, y si no entraron todos en los rizos. ¿Cuál de éstos no quiere más que se descomponga la paz de la república que la compostura de su cabello? ¿Cuál no anda más solícito en el adorno de su cabeza que en la salud del Imperio, preciándose más de lindo que de honesto? ¿A éstos llamas tú desocupados, estando tan ocupados entre el peine y el espejo? ¿Pues qué dirás de aquéllos que trabajan en componer, oír y aprender tonos, mientras con quiebras de necísima melodía violentan la voz que naturaleza les dio, con un corriente claro, bueno y sin artificio? ¿Aquéllos cuyos dedos midiendo algún verso están siempre haciendo son? ¿Aquéllos que llamados para cosas graves y tristes, se les oye una tácita música? Todos éstos no tienen ocio, sino perezoso negocio. Tampoco pondré los convites de éstos entre los tiempos desocupados, viéndolos tan solícitos en componer los aparadores, en aliñar las libreas de sus criados, que suspensos están en cómo vendrá partido el jabalí por el cocinero, con qué presteza han de acudir los pajes a cualquier seña, con cuánta destreza se han de trinchar las aves en no feos pedazos, cuán curiosamente los infelices mozuelos limpian la saliva de los borrachos. Con estas cosas se afecta granjear fama de curiosos y espléndidos, siguiéndoles de tal modo sus vicios hasta el fin de la vida, que ni beben ni comen sin ambición. Tampoco has de contar entre los ociosos a los que se hacen llevar de una parte a otra en silla o en litera, saliendo al encuentro a las horas del paseo, como si el dejarle no les fuera lícito. Otro les advierte cuándo se han de lavar, cuándo se han de bañar, cuándo han de cenar; y llega a tanto la enfermedad de ánimo relajado y dejativo, que no pueden saber por sí si acaso tienen hambre. Oí decir de uno de estos delicados (si es que se puede llamar deleite ignorar



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