La bobada celeste by paloma bordons

autor:paloma bordons
La lengua: eng
Format: epub
publicado: 2018-09-15T16:00:00+00:00

En casa de Marcos no me cogían el teléfono. Ya se habrían ido a la piscina. Charlie me notó la decepción.

—Bah, ya te llevo mañana. Ahora vamos a hacer tú y yo algo especial juntos.

—La Play no cuenta como algo especial —le advertí.

—¿Quién ha hablado de la Play? Vamos a mi barrio, que está en fiestas. ¿Conoces Lavapiés?

—No me suena.

—¿Cómo? ¿Que no conoces Lavapiés, el cogollo de Madrid? No sé en qué mundo vives, chavalote. Anda, vamos a poner remedio a eso.

Es verdad que Lavapiés era un cogollo. Como el cogollo de una lechuga, donde las hojas son pequeñitas y están tan apretadas que no se pueden separar. Las calles eran muy estrechas y estaban llenas de gente, de música, de olores, de casetas de comida y puestos de feria. Yo caminaba pisando los talones a Charlie, porque me daba miedo que el río de gente nos separase. Él se volvía de vez en cuando y me decía a voces:

—¡En esa casa nací yo! Mi madre vive todavía ahí.

—¡Ahí jugaba yo con mis colegas cuando era un enano!

—Esta es la iglesia de san Lorenzo, el patrón de mi barrio.

—¡Y muy buen patrón que es! —Como estábamos todos tan juntos, una señora se metió en nuestra conversación—. Pasado mañana es su día y lo sacan en procesión. Si necesitas un milagrillo, no dejes de venir a pedírselo, chato—. Me sonrió—. Es un santo muy generoso.

Así que en dos días era san Lorenzo. No había vuelto a pensar en eso. Si no habían cambiado de planes, dentro de dos noches Marcos y su padre irían al campo a ver estrellas. Pero ya no me daba envidia.

—Pasado mañana es mi santo —le comenté a Charlie.

—Eso hay que celebrarlo.

Compramos barquillos. Y churros rellenos. Y boletos para una tómbola. Nos tocó un pelapatatas.

—¡Es nuestro día de suerte! —bromeó Charlie, agitándolo en el aire—. Tenemos que aprovechar. ¿Probamos el tiro al blanco?

Nos acercamos a un puesto de tiro. Charlie cogió la escopeta del mostrador y la sopesó con aire entendido.

—¿Qué bicho le gustará a tu madre? —me preguntó.

Señaló las paredes de la caseta. Estaban forradas de muñecos de peluche de muchos tamaños y colores.

—No sé. Mi madre no es mucho de peluches.

Justo entonces vi la oveja. Me pareció una señal. No es muy normal encontrar ovejas de peluche.

—¡Consigue la oveja! —exclamé—. Así se la llevamos a Clotilde, para su colección.

—¿Qué Clotilde?

—La vecina de arriba.

—¿La amargada esa? ¿La que se dedica a dar golpes en el techo y espiarme por la ventana? —rezongó Charlie—. ¿Por qué tenemos que regalarle algo a esa?

—Pues… Porque le hará mucha ilusión. Nadie le regala cosas. Y le encantan las ovejas.

Charlie se quedó pensativo unos momentos. Luego hizo una seña al encargado del puesto. Estuvo disparando y disparando hasta que consiguió la dichosa oveja. Eran tres tiros por un euro y no era tan experto como me pareció al principio. Creo que le salió bastante cara.

Era una oveja enorme y un poco especial. Tenía la lana color rosa pálido y el morro y las patas azul celeste.

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