La antorcha by Marion Zimmer Bradley

La antorcha by Marion Zimmer Bradley

autor:Marion Zimmer Bradley [Bradley, Marion Zimmer]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Fantástico
editor: ePubLibre
publicado: 1987-09-30T16:00:00+00:00


13

Casandra creyó que, una vez tomada la decisión de viajar a Colquis, sólo tendría que obtener permiso de los sacerdotes y sacerdotisas superiores, recoger las ropas que deseara llevarse consigo, escoger a una persona que la acompañase (o tal vez dos) y ponerse en marcha.

Pero no resultó tan fácil: Se le recordó que existía un estado de guerra oficial entre los aqueos y Troya; por tanto, habían de hacerse los oportunos arreglos, mediante prolijos mensajes enviados de templo en templo, para que viajara bajo la Paz de Apolo, como mujer y sacerdotisa sin vinculación con ninguno de los bandos contendientes. Se le dio a entender que aquello encerraba una gran dificultad, puesto que se trataba de una hija de Príamo, estrechamente emparentada con los principales combatientes de la guerra. Mucho antes de que hubieran podido obtenerse los salvoconductos y permisos oficiales, Casandra estaba ya cansada de todo el asunto y arrepentida de haber tenido la idea de hacer el viaje. Al final hubo de formular un juramento sagrado por todos los dioses de los que había oído hablar, y por algunos cuya existencia ignoraba, de que no transmitiera mensaje de ninguno de los dos bandos en relación con la guerra; y, tras esto, se la declaró mensajera oficial de Apolo, autorizada para viajar donde quisiera.

Crises deseaba acompañarla, y Casandra sintió cierta compasión por él. Aún seguía lamentando la suerte de su hija en el campamento aqueo, y saber que Agamenón la había elegido como amante no mitigó su pena. Pero aunque Crises juró a Casandra que guardaría su virginidad como si se tratase de su propia hija, ella no confió en su juramento y se negó a admitir su compañía. Como era un sacerdote de Apolo muy respetado, al principio pareció que no se permitiría a Casandra viajar sin que la escoltara. Pero finalmente recurrió a Caris y le dijo que estaba decidida a encanecer entre las murallas antes de dar un solo paso con aquel hombre y la cuestión quedó zanjada.

Entonces, Príamo quiso darle mensajes para sus numerosos amigos, establecidos a lo largo del camino que había de recorrer, y ella tuvo que jurar que se trataban de cuestiones familiares o religiosas sin relación alguna con la guerra. Era comprensible la razón de aquella exigencia, porque solía ocurrir que los viajeros bajo la inmunidad religiosa se aprovecharan de ésta para espiar en un bando o en otro. Y, por último, su madre se negó a dejarla partir sin las debidas damas de compañía; así que Casandra, que hubiese preferido viajar sola o con una compañera, preferiblemente una amazona como Pentesilea, tuvo que aceptar la presencia de las dos más ancianas y pacatas domésticas de Hécuba, Kara y Adrea, y prometer que en el camino compartiría el lecho con ellas.

¿Qué es lo que cree? —se preguntó. Si deseara entregarme al libertinaje, ciertamente no tendría por qué ir al otro extremo del mundo y recurrir al duro suelo, tras cabalgar una jornada, cuando sería más fácil en mi propia habitación.

Pero sabía



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