La aldea perdida by Max Gross

La aldea perdida by Max Gross

autor:Max Gross [Gross, Max]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Humor
editor: ePubLibre
publicado: 2020-01-01T00:00:00+00:00


* * *

Después de la reunión con las disgustadas madres, Sokolow se vio de repente mucho más atareado que en las últimas semanas. Hacía tiempo que Steinmitz (el granjero lechero) y Lowenstein (el granjero del grano) alimentaban un conflicto sobre dónde tenían permitido pastar las vacas de Steinmitz, disputa que habían llevado ante el beit din. Y el rabí decidió que el asunto merecía su inmediata atención.

Al día siguiente engrasó una bisagra oxidada de la puerta del armario de la ropa de cama, algo por lo que la rebbetzin llevaba seis meses quejándose, y se puso a quitar una mancha reciente en la alfombra (tarea de la que normalmente se encargaba su esposa); también repasó los deberes de la jéder con su hijo, para asegurarse de que Anschel había memorizado todas y cada una de las medidas en codos del Arca de la Alianza, tal y como se indicaban en el libro del Éxodo. («Dos y medio de largo por uno y medio de ancho», respondió el niño. «Ajá». Pero cuando Anschel le preguntó a su padre cuánto medía un codo, Herschel Sokolow no fue capaz de recordarlo).

Hacia el final del día, la rebbetzin entró en su estudio y le dijo que tenía visita: Leonid Spektor. Al oírlo, el rabí se puso rojo como un tomate.

—Masha Landau me ha dicho que quería usted verme —explicó Leonid.

Por un instante, al rabí Sokolow se le escapó sin querer una sonrisa de reconocimiento a la tenacidad de Masha, sonrisa que no tardó en desvanecerse.

—Leonid —empezó a decir Sokolow—, tenemos que hablar de las historias que les va contando a los críos.

Spektor no dijo nada.

—Les está hablando de lo que le pasó en el campo de concentración…

Spektor negó con la cabeza.

—No, no exactamente. —Después de su indiscreción inicial ante el rebbe, Spektor solo hacía alusión a los campos de exterminio de forma indirecta—. Son solo cuentos. Ninguno de los personajes es real.

—A lo mejor es hora de que deje de hacerlo —dijo el rabí Sokolow—. Me están llegando quejas. Al parecer, los niños están teniendo pesadillas por eso.

Spektor sonrió para sus adentros.

—Así que son ellos quienes tienen pesadillas…

El rabí Sokolow ni siquiera era capaz de mirar a los ojos a Spektor.

—Sí —dijo—. Está claro que esas pesadillas no son nada parecido a lo que usted tuvo que pasar. O, estoy seguro, a las pesadillas que usted sigue teniendo. Claro que no. Pero son niños, Leonid. No tienen ninguna necesidad de pensar en esas cosas, ¿no cree?

Por supuesto a los chicos de Kreskol les encantaba oír las historias de Spektor. Le suplicaban que se las contara. (Y Spektor las contaba muy bien). Además, si de verdad quería mejorar su alegato de defensa, bien podría señalar que tampoco es que él obligara a nadie a escucharlo.

No obstante, comprendía que las madres quisieran proteger a sus cachorros de las cosas desagradables del mundo, y hasta de los pensamientos desagradables.

—Muy bien —sentenció Spektor.

Reconoció que le debía a su pueblo adoptivo poder vivir según sus costumbres y preceptos. A



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