Juanín y Bedoya by Antonio Brevers

Juanín y Bedoya by Antonio Brevers

autor:Antonio Brevers [Brevers, Antonio]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 2006-12-31T16:00:00+00:00


6

United Press

La primera vez que intenté concertar una cita con don Desiderio Gómez Señas, pensé que me estaba dando abiertamente esquinazo. Cuando por fin llegué a conocerlo en persona pude comprobar que a pesar de sus, por entonces, cercanos ochenta años (nacido el 25/05/1925) continuaba desarrollando una frenética actividad, sin apenas tiempo libre a mi disposición. Su edad no le impedía estar al frente de las obras de restauración de la iglesia de Lerones, hasta cuyo tejado subía todas las mañanas a través del andamio.

—Don Desiderio, ¿qué tal estamos?

—Muy ocupado, ¡cómo siempre! Por lo demás…

—Me gustaría volver a verle. ¿Cuándo podría ser?

—Ya sabe que lo tengo muy mal, como no sea a las nueve, después de la cena…

—¿Puede ser hoy mismo?

—Hacerse todos esos kilómetros, y volver de noche por la Hermida… Como quiera. Pregunte por mí cuando llegue a la hermana que está en portería.

Don Desiderio vive en la envidiable residencia para ancianos de Potes, construida gracias a su pertinaz empeño y ejecutada según los planos que él mismo diseñó. Tras hacer algo de tiempo, por la calle que desde la Residencia desciende hacia el río y lleva por nombre «Don Desi», me dirigí a la entrada principal, que encontré cerrada y sin nadie que atendiese la llamada del timbre. Bordeé el edificio y pude ver la puerta de la cocina abierta. Entré por ella, y me dirigí a quienes a esa hora se entregaban a la recogida de los últimos cacharros de la cena.

—Buenas noches, yo venía a ver a don Desiderio…

Pronto avisaron a una monjita, de cara risueña y vivaracha, que se acercó hasta mí.

—¡Ah! Le estábamos esperando. Venga conmigo. Ya siento no haber estado en portería…

Atravesamos pasillos y estancias de pulcros y pulidos suelos, y llegamos hasta un pequeño mostrador desde donde, la hermana del Sagrado Corazón descolgó el teléfono para anunciar mi presencia, que no mi identidad.

—¡Ha llegado el padre Carlos!

Los escasos instantes que dediqué con la hermana a deshacer el entuerto, fueron suficientes para que don Desiderio descendiese desde su aposento, con paso firme y jovial. Después fuimos conducidos por la religiosa hasta una habitación, destinada a las visitas de los residentes. Como sabía de sobra el valor del tiempo para don Desi, Tempus fugit, decidí ir directamente al grano:

—Don Desi, me gustaría hablar con usted de «la mediación».

—Como guste.

Y comenzamos con aquella encomienda, totalmente ajena a su condición de ecónomo y párroco de Santo Toribio, hecha a don Desiderio a primeros del año 1957 por el Gobierno de la Nación.

—Vino a verme desde Madrid el Subsecretario de Gobernación, acompañado de otros cargos que no recuerdo. Fue poco antes de llevar a Santander la Santa Reliquia Querían que yo hiciese de mediador entre ellos y Juanín, para que le trasmitiese una propuesta en la que le permitían la salida de España, y así terminar de una vez por todas con aquello. Juanín se había convertido en un problema muy gordo para el Estado. Incluso con alguna repercusión en el extranjero. No eran ya seguramente maquis,



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