Juana la bruja by José Caicedo Rojas

Juana la bruja by José Caicedo Rojas

autor:José Caicedo Rojas [Caicedo Rojas, José]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: literatura colombiana, novela en español, novela histórica, Colombia, siglo XIX
editor: eLibros Editorial
publicado: 2013-12-06T00:00:00+00:00


VII

Para no seguir en todos sus pormenores el curso e incidentes de este juicio extraordinario, único en su género, pudiera decirse, pues ninguno de su especie había ocurrido en la Colonia desde el tiempo de la conquista, y en que la Iglesia tenía más parte que el Gobierno civil, como que se trataba de hechicerías y sortilegios solo diremos que, seguidos los trámites legales, pero sumarios, se proveyó con prontitud.

No faltaron varias otras personas que declarasen después cuando el señor Obispo se avocó el conocimiento de la causa, y de esas declaraciones resultaron cargos contra una que otra persona principal que había caído ocultamente en la red de la famosa hechicera; pero sujetos de alta posición y valía, como el Capitán Zorro, el Capitán Céspedes, Juan Tafur, Juan Ruiz de Orejuela y otros, acudieron al señor Obispo, suplicándole no se pusiese en ejecución la sentencia que ya había pronunciado contra todos los que aparecieron culpados; que considerase que la tierra era nueva y que era mancharla y desacreditarla con lo proveído, pudiendo ser motivo de disturbios y agitaciones. Tanto le apretaron a Su Señoría que depuso el auto, y solo quedó vigente respecto de Juana García, que era la autora y responsable de todo el mal, y de la cual no podía tenerse confianza en lo sucesivo, siendo una causa permanente de desorden, de inmoralidad y de mal ejemplo. El escarmiento hecho con ella podía cortar de raíz el mal e impedir que se propagase la funesta plaga de los adivinos.

Entre los que se presentaron a deponer se hallaba Beltrán Penagos, quien aseguró constarle que doña Clara Gómez Bernal no había ocurrido sino una sola vez a consultar a Juana García sobre el paradero del que hoy era su esposo, don Gonzalo Zuláivar, y eso por consejo o insinuación del mismo Penagos, que sabía era consultada por varias personas, y que él mismo la había conducido y presenciado todo lo que pasó en la conferencia. Parecía una inconsecuencia la de Beltrán para con la que pudiera llamarse su amiga, y a la cual él mismo había ayudado inocentemente en ocasiones; pero un fondo de hidalguía y honradez que le era característico lo hacía indignarse al ver la mala fe y la baja conducta de aquella mujer. No podía él tolerar que calumnia tan infame y venganza tan ruin manchasen el honor de doña Clara, a quien conocía perfectamente.

Las mismas indias que acompañaban a la García, en medio de su estolidez, no pudieron menos de condenar la pérfida conducta de esta, y bien fuese por ese sentimiento natural de justicia, o bien por el temor del castigo que esperaban y del cual creían poder librarse, depusieron en favor de doña Clara, asegurando que la única vez que habían visto a esta en casa de la adivina era aquella en que había ido acompañada de Beltrán.

Después de prolijo examen y atenta lectura de los autos y de implorar el auxilio divino para obtener el acierto en la decisión, el señor Barrios pronunció



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