Invasores del Cielo by Brandon Mull

Invasores del Cielo by Brandon Mull

autor:Brandon Mull
La lengua: spa
Format: mobi, epub
Tags: Juvenil, Infantil, Fantástico, Novela
editor: Xibalba's eBooks
publicado: 2014-01-01T08:00:00+00:00


Capítulo 19

Asia y Liam

Cole levantó la vista y miró a la mujer a través de la red. ¿Qué podía responder? Vaciló, al igual que los otros. Ella se situó justo delante de él, mirándolo fijamente.

—No mientas —dijo, muy seria—. Lo sabré. Desembucha.

—Me llamo Cole —dijo—. No soy de aquí. De las Afueras, quiero decir. Vine para intentar ayudar a mis amigos, que habían sido secuestrados, pero me capturaron, me hicieron esclavo y me vendieron a los Invasores del Cielo. Estaba huyendo de ellos con estos amigos.

—Tú —dijo, acercándose a Twitch— no eres lo que pareces.

Cole observó que las alas habían desaparecido. ¿Aquello era su herramienta especial? ¿Un par de alas?

—No —dijo Twitch—. Soy de Elloweer. También me hicieron esclavo.

—¿Cómo has recuperado tu verdadero aspecto?

—Tengo un anillo —dijo.

—¿Y tú? —le preguntó a Jace.

—¿Qué más le da? —respondió él.

—Sois intrusos en esta propiedad —vociferó ella—. De los intrusos me encargo yo.

—¿Tiene nombre? —preguntó Jace.

—Tengo tres: Juez, Jurado y Ejecutora. Respóndeme o muere. ¿Quién eres? ¿Qué habéis venido a hacer aquí?

Jace respondió a regañadientes:

—Soy esclavo desde que tengo memoria. No conocí a mis padres. Me vendieron a los Invasores del Cielo porque mis antiguos propietarios me odiaban. Estaba huyendo con estos.

—¿Y para huir atravesáis la pared de nubes? ¿Tan ignorantes sois?

—Estábamos acorralados —dijo Jace.

Ella asintió una vez y se acercó a Mira.

—¿Y tú?

—A estas alturas ya se lo imaginará —dijo Mira.

—No, no me imagino nada —respondió la mujer—. Tú no eres lo que pareces. Tienes un gran potencial como forjadora. Algo que no me resulta fácilmente identificable. Y también noto una gran potencia en ti.

—¿Usted es forjadora?

La mujer esbozó una sonrisa sarcástica.

—No has conocido a otra como yo.

—Yo también sé forjar, un poco —dijo Mira—. Quizá es eso lo que percibe.

—Si esquivas mis preguntas, atente a las consecuencias —le advirtió la mujer, chasqueando los dedos.

Uno de los gigantes de piedra dio un paso adelante y elevó su tosco puño por encima de Mira. El gran puño de roca era lo suficientemente grande como para aplastar la mitad de su cuerpo de un porrazo.

De la red de Jace, con un destello dorado, salió disparada su cuerda, que se enroscó alrededor de la garganta de la mujer.

—¡Deténgalo! —le gritó.

De pronto, apareció un joven subido a un disco plateado del tamaño de una tapa de alcantarilla que se deslizaba zumbando por el aire a toda velocidad. El chico no tendría más de veinte años; tenía rasgos infantiles y ojos traviesos. Vestía una chaqueta de piel marrón y botas de piel de cocodrilo, y en cada mano llevaba lo que parecía una especie de saleros plateados. Con las rodillas ligeramente flexionadas, flotaba a unos tres metros del suelo, aunque el disco no presentaba ningún mecanismo de propulsión evidente.

—Ya basta —dijo el joven en tono amable.

Señaló hacia la cuerda, que se soltó del cuello de la mujer y cayó sobre la hierba, inerte. Le soltó un manotazo al gigante de piedra, que de pronto se transformó en una figura de cartón y retrocedió unos pasos.

La mujer, airada, se giró hacia el recién llegado.



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