Infamia by Ledicia Costas

Infamia by Ledicia Costas

autor:Ledicia Costas [Costas, Ledicia]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Intriga, Psicológico, Aventuras
editor: ePubLibre
publicado: 2019-04-30T16:00:00+00:00


16

El viernes 13 cesó la lluvia en Merlo después de diecisiete días seguidos de agua. La gente salió a la calle aliviada de poder dejar los paraguas atrás. Hacía frío, los termómetros no subían de los cinco grados y un viento gélido obligaba a llevar gorro y guantes, pero la tregua de las nubes mejoraba algo el ánimo. Los más viejos comentaban que la última vez que había hecho tanto frío, hubo una nevada. Algo insólito en una ciudad al nivel del mar. De eso hacía más de treinta años. Nadie había vuelto a ver la nieve en Merlo desde entonces.

Cada vez que Noel y Salva recordaban aquel día, sentían la puñalada de la nostalgia. El tiempo había pasado demasiado rápido y no habían logrado cumplir ninguno de los sueños que anhelaban de pequeños. Eran dos hombres consumidos como dos globos de helio que llevan horas, o tal vez siglos, enganchados en el tendido eléctrico, a merced del viento. Carcasas inconsistentes.

—¡Mamá, está nevando! —había exclamado Noel, demasiado alto, cuando vio a través de la ventana del salón el manto blanco sobre los tejados.

Tenía ocho años y su madre estaba ayudándolo a prepararse para ir a la escuela.

—¡Chssssss! No grites —le riñó ella.

Noel no entendía nada. El pueblo había amanecido blanco y era la primera vez que él veía la nieve. ¿Por qué su madre no lo había avisado de algo tan importante? ¿Y por qué lo mandaba callar? No importaba nada que fuese temprano y los vecinos estuviesen durmiendo. Todo el mundo debería estar presenciando aquello, se trataba de un acontecimiento único. La reacción de su madre lo entristeció un poco. Cuando un adulto pierde la capacidad para emocionarse significa que algo en su vida lo hace sufrir. Los niños lo saben muy bien, aunque no consigan ponerle palabras. En su interior están implorando: «Venga, agárrame la mano y ven conmigo a este mundo donde suceden cosas hermosísimas, como la nieve. Podemos gritar, contagiarnos uno al otro y ser estalactitas, osos polares o insectos que sobreviven al frío. Construir un iglú y comer manzanas asadas delante de una hoguera. Podemos ser todo lo que queramos y reírnos a carcajadas sin que nadie se ofenda. ¿A qué esperas?». La madre de Noel se había limitado a subirle con ímpetu la cremallera del anorak hasta la garganta y desearle un buen día en la escuela, como una autómata. Metió un bocadillo envuelto en papel de aluminio en la bolsa de la merienda, se la colgó del brazo y le dijo adiós. En aquel momento ella tenía veintisiete años. Nadie debería ser tan infeliz con esa edad.

Esforzándose mucho, Noel podía recordar cómo había sido aquella jornada en el colegio: hicieron un muñeco de nieve gigante con ojos de botón y la clásica guerra de bolas. Al mediodía fue a comer a casa de Salva, porque habían suspendido el transporte escolar. Salva vivía a menos de un kilómetro. Era un paseo agradable hasta su casa, cogía un atajo que atravesaba un monte y llegaba enseguida, casi tan rápido como en coche.



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