Idus de sangre by Jesús Villanueva

Idus de sangre by Jesús Villanueva

autor:Jesús Villanueva [Villanueva, Jesús]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Histórico
editor: ePubLibre
publicado: 2018-10-11T16:00:00+00:00


XVIII

Marco Antonio, sin lugar a dudas, se había convertido, con la muerte de César, en el hombre más poderoso de Roma. El plebiscito de Actis Caesaris confirmandis daba a Marco Antonio más facultades, incluso, que las que el propio Julio César había llegado a tener, ya que el dictador hubo necesitado el concurso tanto del pueblo como del Senado para poder legislar, a pesar de los privilegios, excepciones y honores de los que disfrutó en la última etapa de su vida. Sin embargo Marco Antonio podía publicar leyes y proyectos bajo las leyes Juliae sin necesidad de que estas debieran ser aprobadas por el Senado.

Esa noche Marco Antonio estaba exultante, había invitado a Marco Tulio Cicerón a cenar en su casa. Sería un encuentro sin publicidad alguna, entre dos hombres poderosos; el primero por la fuerza de las leyes y las armas, y el segundo por su autoridad moral y su brillante oratoria. Nadie conocía que aquella reunión se iba a celebrar. Antonio quería hablar a solas con Cicerón; necesitaba intimar con él, tantear si podía, y hasta qué punto, contar con el apoyo de sus discursos y su prestigio. Sabía que el viejo senador podía serle muy útil para la consecución de sus futuros inmediatos proyectos, y Cicerón le debía un gran favor; ahora era el momento de cobrárselo.

Cicerón era uno de los senadores, si no el que más, cuyas palabras se escuchaban con mayor consideración. Su conocimiento de las leyes y su oratoria le habían convertido en el abogado más popular y de más reputación de Italia. Cónsul en el año 689 desde la fundación de Roma, ya tuvo sus primeros enfrentamientos con quienes apoyaban los intereses políticos de Julio César. Cuando César cruzó el Rubicón dispuesto a invadir Roma y a enfrentarse a Cneo Pompeyo, después de que su socio en el triunvirato forzase al Senado a conminarle a que entregase las legiones de la Galia, Cicerón tuvo que tomar partida por uno de los dos generales. Y lo hizo por quién creyó más fuerte y mejor militar y por quién contaba con mayor número de legiones; se equivocó. César venció a Pompeyo, y a su regreso a Roma trató con consideración y afecto al viejo senador, sin tener en cuenta por qué bando había tomado partido.

Cicerón acudió a la cita sin demasiado entusiasmo, más bien lo hizo para escuchar a Marco Antonio aquello que realmente sentía sobre los recientes acontecimientos y que nunca reconocería en público. Al orador republicano no se le escapaban las verdaderas intenciones que ocultaba Antonio tras sus actuaciones teatrales de las últimas fechas.

Cuatro esclavos cargaban la litera que condujo a Cicerón hasta la mansión de Antonio, quién envió a seis guardias para que protegiesen la integridad de su invitado durante el trayecto hasta su casa, en aquellos días violentos e inseguros que se padecían en las calles de Roma. Al llegar a la casa se abrió la puerta de hierro del muro que rodeaba la villa, tras ella aparecieron dos guardias armados que saludaron con una inclinación de cabeza al invitado de esa noche.



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